Se diría que Manuel Boix, en esta pintura, se permite una
serie de concesiones amables. Pero eso sólo lo parece a
primera vista. En parte, es como si la presencia del personaje
que llena el lienzo transmitiera al conjunto de la obra
una relativa dulzura. Venus que irromp de les aigües (2003) se
convierte en una especie de retrato de una mujer que
emerge, pero esta aparición se hace desde una nada indeterminada,
cosa que ya añade un toque de desconcierto a
la visión de quien contempla esta obra. De hecho, el rostro
de la mujer —Venus— insinúa una mirada tierna o,
incluso, afectuosa; pero la inexistencia de un cuerpo sobre
el que descanse la cabeza y el fondo y el ambiente en que
se sitúa, hacen que el personaje se vuelva, como mínimo,
inquietante.
La imagen femenina, frágil, delicada, de líneas adolescentes,
es habitual en el conjunto de la obra de Boix. Pero,
no obstante el autor en ningún caso hace una mirada
inocua sobre la mujer. Como en la Venus que nos ocupa,
a menudo la presencia de los personajes de sexo femenino
presenta unas connotaciones enigmáticas, desde la virginidad
solamente implícita hasta las formas eróticas del
desnudo, a veces, con cuerpos o rasgos estilizados que, a
pesar de todo, se perciben poderosos y nunca generosos o
llenos de una voluptuosidad excesiva.
Por último, cabe señalar que el pintor, al proponernos
esta aproximación a un tema clásico —el del nacimiento
o emergencia de Venus—, ha conjugado dos elementos que
provienen claramente de la tradición a la hora de representar
a la diosa del amor: la mujer y el mar. Sin embargo,
no se ha dejado llevar por el recurso fácil, sino que, al
descontextualizar en parte el rostro femenino, consigue el
efecto deseado de desconcertar al espectador, que también
se ve obligado a contemplar el mar.