icent J. Escartí
ESCENIFICACIÓ DE NARCÍS
En la serie El punt dins el moviment, tal vez los elementos
más espectaculares fueron las esculturas, que recorrían
un espectro amplio en cuanto a materiales y al resultado
plástico. Boix retomaba así un camino sólo apuntado
en algunas obras de sus orígenes, y ahora se mostraba
como un escultor minucioso que se esmeraba en la línea
del dibujo hasta el extremo y tal como habitualmente
lo suele hacer en sus pinturas. Entre las esculturas de Boix
en aquella serie, había algunas que, tomando como motivo
central la mano del jugador de pelota mientras sostiene
la esfera de vaqueta, permitían al artista ofrecernos
un conjunto de combinaciones siempre sugestivas en las
que él mismo se imponía unos límites a veces difusos,
siempre intentando conseguir efectos impensados o tratando
de transmitir una determinada sensación a quien
observa. Si en Escorç la mano del jugador parecía salir
de la misma tierra —de la piedra del país, de la tradición,
por tanto, como un homenaje a la historia de la
pelota en nuestra cultura—, en Narcís (1991), la mano y
la pelota se convierten en una metáfora del pasado y del
presente.
La escultura que nos ocupa, en mármol blanco de
Macael, dividida en dos planos clarísimos y a la vez ficticios,
representa la mano que sostiene la pelota, emergente
del agua y en la cual se refleja. Sin embargo, aquel
mismo reflejo —lejos de ser provocado por un elemento
líquido real, como en otro Narcís, de bronce, ahora en la
ciudad de Castellón, instalado en medio de una balsa con
agua—, es un reflejo cortado en el mismo mármol del
resto de la escultura. El reflejo de la mano y de la pelota,
a pesar de ser puros volúmenes deliberadamente llenos de
incisiones que pretenden y consiguen simular y sugerir
el agua, no pierde la consistencia inmaterial que se espera
de una cosa tan etérea como son las imágenes reflejadas
en un elemento líquido.