Otro conjunto de esculturas en El punt dins el moviment
fue el configurado por obras en las que Manuel Boix, lejos
de los preciosismos formalistas, pretendía la supresión
de embellecimientos innecesarios y la reducción absoluta
del dibujo, convertido en trazo simple, en reflejo del movimiento
en estado puro. Estas piezas, además, se presentaban
como la realización última de una serie de dibujos
preparatorios en los que se estudiaba el movimiento. En
este sentido, una extensa gama de lo que podríamos llamar
ritmos (I-X) y otras piezas de este estilo, representaban
la plasmación escultórica de los caminos producidos
por una pelota al seguir diferentes trayectorias. A partir de
aquellas formas en hierro de acabados cobreados, oxidados
o metalizados, desnudos y elegantes, Boix se permitía
ir más allá, con algunas piezas como La serp, el riu (1992),
en la cual superaba la simple plasmación de un camino
trazado por un cuerpo esférico en su desplazamiento y
donde intentaba jugar con la misma línea dibujada por el
movimiento.
En esta pieza en hierro forjado y piedra caliza, el artista
reelabora el trazo del movimiento natural que podría
haber seguido una pelota y, haciendo uso de un fragmento
de piedra, que se convierte de nuevo en metáfora
de la tierra, nos reenvía a un trabajo suyo anterior, de
nombre idéntico, y en el cual colaboró Josep Palàcios. El
libro resultante (La serp, el riu, Valencia, 1985) era un producto
de difícil ubicación en los géneros literarios al uso.
Si por un lado contiene elementos del libro ilustrado infantil,
es bien cierto que el texto no se adecua a la literatura
de aquel género, ni en la forma, ni en el contenido.
Muy al contrario. La serp, el riu de ahora, fría y estilizada,
corpórea y con volumen, por oposición a la anterior, más
próxima a la emblemática barroca en cuanto al concepto,
no deja de ser, a pesar de todo, y en cierta medida, un
nuevo símbolo.