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icent J. Escartí
MARE DE DÉU DE LES CANONADES
Al dar un primer vistazo a esta obra, nos damos cuenta
de que Boix seguramente ha querido provocar, sobre todo,
la sorpresa en quien la contempla. Y eso, a partir de una
evidente ironía que se consigue mediante la combinación
inaudita de los elementos en juego. Estructurada en forma
de tríptico, utiliza un formato muy apreciado por el
artista y que ha usado a menudo, el cual, en este caso,
acentúa las evidentes connotaciones religiosas y devocionales
que, para el sentido irónico último de la pieza,
le resultan necesarias. La Mare de Déu de les Canonades
(1990) es un cuadro en que se conjugan dos mundos que,
a priori, resultarían imposibles de acoplar: por un lado, unas
tuberías de metal, oxidadas en algunos puntos, nos indican
que nos encontramos en un ámbito profundo, en un
sótano tal vez. Por otro lado, una talla en madera de una
virgen, que sólo conserva la policromía en ciertas partes,
se sitúa en el punto central del lienzo, presidiendo aquella
atmósfera que, por el efecto deliberado del uso de diferentes
técnicas, deviene húmeda, casi musgosa,
aterciopelada, como si la figura se encontrara inmersa en
una neblina telúrica; en un ambiente, también, propicio
al milagro. Aquel ámbito, que podría considerarse propicio
a la veneración, al aparecer enmarcado arquitectónicamente
por los tubos metálicos, hace que la presencia de
la representación religiosa pierda toda la carga devocional,
sin que, sin embargo, la imagen haya perdido su majestuosidad.
El cuadro, de dimensiones considerables, consigue dotar
a un motivo religioso de una indudable laicidad y el
objeto de veneración —la imagen manierista de la Virgen—
pasa a ser casi un objeto arqueológico, museístico,
desacralizado. En la operación, Boix parece que quiere
conferir un mayor grado de misterio, de atracción, al contexto
nebuloso ya citado, en la medida que, a pesar de estar
casi vacío, es, sin embargo, omnipresente. |
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UNA REFERENCIA: EL TRÍPTIC DAURAT DE XÀTIVA
Como ya se ha anotado en el momento oportuno,
este tríptico cerraba, de alguna manera, con
egregia espectacularidad, la segunda mitad de los
80, año arriba o abajo. Su realización coincidía con
una estancia de Boix en nuestro país, cuando ya
residía en los Estados Unidos. Más que como una
prolongación de las series anteriores, viene a ser
como un resumen de todas, de Trama/Ordit (Trama/Urdimbre) de Acròstic (Acróstico)…, para enfrentarse,
con un bagaje de seguridades, a las nuevas
expectativas: al nuevo mundo que se intuye
como un revulsivo, como una provocación hacia
el cambio. A pesar de ser una obra de encargo, o
gracias precisamente a eso, la pieza se multiplica
en dimensiones y, también, en otro orden, en planos
en espacios de medidas progresivas —los rectángulos
verticales de los laterales, el cuadrado
dividido por la mitad cuando se cierra, el gran rectángulo
apaisado cuando se abre—, de acuerdo
con las soluciones clásicas, que, además, hacen que
encaje perfectamente en el espacio que se le ha
asignado en la Casa Consistorial. Hay, pues, un
Tancat (Cerrado) y un Obert (Abierto), la misma
simetría o espejismo de la serie Trama/Ordit: T.T. ¿Casual? Pero yo no creo que en la obra de Boix
haya nada casual, sino que de un extremo al otro,
el hilo que la une se tensa sobre autoalusiones deliberadas,
ligada y coherente hasta en los momentos ¿de la vacilación, del salto a emprender hacia
la novedad, de la prueba que el mero espectador
consideraría de sobra, gratuita? El secreto del arte,
sin embargo, está en sus bisagras: de hacer y contrahacer,
exactamente.
Cuando el tríptico está cerrado aparece, escindido,
en el centro geométrico, el escudo de Xàtiva, y, encima, el nombre, con la letra capital rotulada con la
ceniza de la devastación que sufrió la ciudad después de la
toma por las tropas borbónicas vencedores en Almansa. De
todos es sabido que incluso le fue cambiado el nombre por
el de San Felipe, como represalia humillante. Más de un siglo
tardaría en recobrar el auténtico, ya en el XIX. Y éste es el
tema de la posición Obert (Abierto), donde la reconstitución
de una pintura destruida —o desaparecida en una colección
subterránea, nunca se sabe—, el Ángel Custodio, acogedor y
renacentista, de Yáñez de la Almedina, es elevado a la categoría
de símbolo, con una mano que intenta tapar el vacío
quemado por la Historia y con la otra sostiene la ciudad,
mientras la contempla con ojos protectores. Las refinadas
pinceladas de Boix alcanzan extremos de delicadeza, en este
retorno técnico al 1500: su época de referencia y de preferencia.
El tema de la recuperación de la ciudad como tal,
con el propio nombre, XÀTIVA, al mismo tiempo que el
de la reconstrucción de una obra de arte de destino incierto,
llenan de extremo a extremo la parte total del plano interior,
profundo, del lienzo, en una apertura de resurrección.
Una inscripción de pan de oro en los márgenes de fuera y
de dentro resume lapidariamente los hechos:
CERRADO
La màscara del foc, / en torres i senyeres
(La máscara del fuego, en torres y banderas).
ABIERTO
Ara de nou ens salva / la claredat del nom /
i ens aferma el designi de saber perdurar.
(Ahora de nuevo nos salva / la claridad del nombre/
y nos afirma el designio de saber perdurar).
Es el arte, no que hay que insistir en ello,
lo que nos abre hacia el futuro.
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