icent J. Escartí
LA MALETA DEL PINTOR
En La maleta del pintor (1987) Boix realiza una de las pocas
piezas que podríamos considerar instalación, si utilizamos
una terminología al uso. En este sentido, el pintor, a
partir de una referencia personal —la estancia a Nueva York
en beca de estudios y creación— tomaba el motivo de la
maleta como símbolo de su propia trayectoria. En la maleta,
en el bagaje del autor, Boix llevaba —se llevaba— una
serie de experiencias que lo situaban en el contexto del
arte europeo hecho desde Valencia. El salto del Atlántico
hizo que se encontrara no solamente con unas corrientes
nuevas —en la medida que no las había vivido aquí—, sino
que lo condujo a tratar de incorporar unas enseñanzas que,
derivadas del ambiente neoyorquino y de los museos de
los Estados Unidos acabarían también formando parte de
su personalidad como creador.
La instalación resultante de aquella maleta es un conjunto de obras que en ocasiones no resulta fácil de catalogar. Junto a cuadros tradicionales —pinturas—, se pueden encontrar dibujos y materiales que, provenientes de un reciclaje selectivo, quieren que el espectador se aproxime, sin reservas, a la obra del autor. Boix, al sugerir e incitar a tocar los materiales reunidos dentro y al entorno de la maleta, no deja de seguir en su línea de provocación, que en resumen, pretende hacer pensar a quien contempla sus obras.
Por otro lado, el hecho que Boix pase de la bidimensionalidad del lienzo a la materialización del objeto por él mismo, no deja de ser un síntoma que preludia —y en parte recupera— los intereses de Boix por la escultura. Lo evidencia claramente el hecho que la caja de pinturas que contiene se transforme, a la vez, en pintura objetual: dentro de la cajita encontramos la representación de la ciudad, como si quisiera indicar que, al pintor, no se le escapa nada. Y se acompaña de los materiales que le son imprescindibles: pinceles, pigmentos, papeles...