De ninguna de las maneras podríamos pensar en Boix
retratando al dios Marte, alegoría clásica de la guerra, si
no nos encontrásemos en un tiempo de un elevado grado
de belicismo. Pero, en Retrat de Mart, ratlla a ratlla (2003),
la alusión a los conflictos armados no viene tanto por el
rostro allá recogido como por la sugestión del título que,
como en otras ocasiones, deviene una pieza clave para
interpretar la obra del pintor, siguiendo un proceso de
intertextualidad que se da entre la literatura pintada por
el artista plástico y las palabras que intitulan su obra.
Marte, el dios de los guerreros, es presentado aquí en
una novísima visión, en nada ajustable a su tradicional
representación iconográfica. De hecho, el Marte de Boix
no lleva ninguna arma ni ningún casco. Tampoco aprovecha,
ni remotamente, para hacer una denuncia panfletaria
de los horrores de la guerra. Marte es retratado aquí con
una cara inexpresiva hasta cierto punto, frío, calculador tal
vez. Como, por otra parte, corresponde a las modernas
campañas bélicas. Pero, al mismo tiempo, su imagen se
encuentra surcada por infinitas líneas que contribuyen a
anular su rigidez y aportan, como si de miles de gritos se
tratara, toda una fuerza creadora —la del artista—, que
proviene, des de nuestro punto de vista, de los sentimientos
de dolor de las víctimas de las contiendas militares. Así
cada raya sobre el dios de la guerra se transforma en la
consecuencia dolorosa de aquella misma guerra y los frutos
horribles de aquel acto irracional sirven para cubrir,
para ir aniquilando, poco a poco, el concepto de guerra.
Es ese, sólo, tal vez, el deseo del artista o de quien escribe.
Cabe señalar, además, que esta obra tiene un precedente
evidentísimo en el Somni finit de Mart [Sueño finito de
Marte] (2003), donde un rostro marcadamente hierático
denuncia el poder terrible de la guerra. El derramamiento
de sangre deja, sutilmente, un rastro. Pero aquella barbarie,
por obra del título, se espera y se quiere finita.