Si en otros casos Boix ha incorporado materiales más adecuados
a la escultura a soportes que podríamos calificar de
pictóricos, en este caso nos encontramos ante una escultura
a la cual los tratamientos diversos aplicados a un mismo
material han hecho adquirir ciertas concomitancias con
la pintura. En efecto, el bronce de este prisma ha sido
pulido en su parte inferior, mientras que aproximadamente
la quinta parte, en el extremo superior, ha sido envejecido
aplicándole procesos de oxidación. El resultado de aquellas
pátinas es que aquel prisma —que en teoría haría la
función de base, para los objetos que se han depositado
encima, también realizados en bronce— deviene plenamente
integrante de la escultura. La base, que puede parecer,
de entrada, excesiva a la dimensión de los objetos —pelotas y alegorías de las pelotas—, se transforma así en
pieza, al mismo tiempo que el cambio significativo de coloración
ya citado la aproxima de manera notoria al tratamiento
que podría haber recibido un lienzo. Vulcà (1992)
hace una referencia clara, en su título, al mundo de las fraguas
y, por si el bronce con que está hecho no fuera suficiente,
Boix, intencionadamente, hace constar la presencia
del fuego, con su marca, corrosiva, en un ángulo de la escultura.
Por otro lado, esta pieza cabe ponerla en contacto con otras esculturas de la serie realizada para la exposición El punt dins el moviment, en las cuales se juega con los mismos elementos para acentuar la monumentalidad de unas piezas minúsculas que, como ya hemos dicho, representan la pelota. Con aquella sobredimensión del basamento, Boix resalta la importancia del tema tratado y, al mismo tiempo, hace que el espectador tenga que formularse algunas cuestiones en relación con las proporciones de la base y del objeto u objetos que se han depositado y que sostiene.