MANUEL BOIX

 

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APROXIMACIONES A LA OBRA DE MANUEL BOIX (1991-2003)

 
 

 

icent J. Escartí

Un apunte conclusivo, obviamente provisional

 

Autoretrato. 1960.
Autoretrato. 1960.
Grafito azul sobre papel. 22,5 x 23,7 cm.

Cuando comencé este recorrido por la obra de Boix en los últimos diez o doce años, no sabía muy bien cuales eran mis objetivos, en el discurso. Partía, claramente, de una manifiesta simpatía por la obra y por el autor. Pero quería dejarme llevar, también, en esta relectura, por las impresiones que los productos boixianos me pudiesen hacer, en la distancia o en la proximidad del tiempo, de los temas, de las soluciones aplicadas por Boix a cada caso. Las creaciones —las criaturas— de Boix son complejas. Lo sabía ya la primera vez que me fijaba en ellas, hace ya más de veinte años. Lo supe más aún cuando comencé a seguirlo, a través de su obra. Y lo constato por escrito ahora.

 
Autoretrato. 1959.

Autoretrato. 1959.
Grafito sobre papel. 40 x 30 cm.

Autoretrato. 1960.
Grafito sobre papel. 40 x 30 cm.

 

El arte de Boix puede deslumbrar: a menudo tiene los elementos necesarios para hacerlo. Podría decirlo también de otra manera: la pintura de Boix —o su escultura—, generalmente, gusta. Sus obras crean adeptos. Y eso quizá se debe al hecho de que su producto sabe combinar sabiamente la tradición con la modernidad, el gusto por el trabajo bien hecho con la necesidad de libertad en la expresión, siempre preceptiva en la obra de cualquier artista, de cualquier creador. Pero Boix puede parecer, de vez en cuando, seco, duro y poco amable; aunque, por si alguien pretende sacar esta frase del contexto, diré a continuación que, incluso en aquellos casos, es magnífico —o precisamente en aquellos casos lo es más—.

Autoretrato. 1964.
Autoretrato. 1964.
Encáustica sobre táblex. 40,5 x 31 cm.

He procurado hacer una mirada “generosa” a la obra de Boix entre 1991 y 2003, pero no por mi generosidad hacia aquellos lienzos o aquellas piezas, sino porque quería proveerme lo máximo posible, en un espacio limitado por las exigencias del guión que nos habíamos marcado. Creo que sólo lo he conseguido en parte, porque la obra de Boix —en especial la pictórica— es prácticamente inabarcable: es una tarea que reclama una tesis doctoral —o diversas. Pero no quería hablar de eso, ahora. En realidad me interesaba, como colofón, destacar algunas de las numerosas afirmaciones que me han parecido acertadísimas, sacadas en la amplia bibliografía que ha generado ya actualmente la obra de Manuel Boix. Y quería, con eso, “ornamentar” mi visión, que pretendí desde el principio deliberadamente desnuda de aparato crítico, porque no era este el lugar. Sin embargo, como ya digo, y quizá por deformación profesional, no he podido resistirme a ofrecer una muestra.

Edip i el fill de la Verònica (Edipo y el hijo de la Verónica) (detalle). 1970.
Edip i el fill de la Verònica (Edipo y el hijo de la Verónica) (detalle). 1970. Óleo sobre tela. 170 x 150 cm.

Para empezar, me conviene destacar una frase de Fuster, sobre Boix: “sus lienzos vienen marcados por una personalísima opción” (“Manuel Boix, pintor”, dentro de Tres assaigs sobre Manuel Boix —Tres ensayos sobre Manuel Boix-, País Valencià, 1981). No hace falta decir que, si ya en aquel año el estilo, la manera de hacer de Boix, se había convertido definitivamente en “reconocible” en medio del espectro de los pintores del momento, ahora este personalismo no ha hecho mas que acentuarse: Boix, al contrario de lo que experimentan muchos otros artistas, no ha ido saltando de un estilo a otro, de una receta de lenguaje a otra. Boix, a los pocos años de comenzar, se definió ya perfectamente, y en aquella línea se ha mantenido. Lo constatan también estos últimos años sobre los que acabo de escribir. Ha sabido aplicar sus fórmulas a los diferentes materiales, a los diferentes medios con los que se ha expresado.

En 1982, Federico Torralba Soriano afirmaba, respecto a la pintura de Boix de después de los 70: “Poco a poco surge una selección de temas y elementos. Y su interpretación, sencilla y ajustada con —sólo aparente— simplicidad”. Y aún insistía en otro punto: el dibujo le parece “casi escultórico”. (Acròstic. Sala Luzán, Zaragoza, 1982). La selección de temas —o mejor dicho, la selección natural de los temas en Boix es más que evidente. Porque es siempre artística y, por lo tanto, fruto del artificio más elaborado. La apreciación de la dimensión escultórica del dibujo, por parte de aquel autor, no puede ser más acertada: la creación de Boix ha caminado, imperceptiblemente, siempre en los límites de la escultura, cuando pintaba; y el salto de un lenguaje a otro ha sido del todo fácil, natural también.

No hace aún demasiado, Carmen Gracia, al plantearse una mirada sobre el realismo de Boix, decía: “las representaciones de Boix están más cerca de una experiencia intelectual de la realidad que de una experiencia visual [...]
el arte de Boix se separa de cualquier actitud realista convencional” (“Manuel Boix: L’art de veure l’herba créixer” —Manuel Boix: El arte de ver crecer la hierba—, dentro de Boix-Heras-Armengol, Valencia, 1995). Y, en parte, daba la solución a la capacidad que tiene Boix de absorber la realidad que le rodea. Lo hemos visto, también, en las últimas realizaciones del pintor alcudiano. La mirada de Boix es siempre escrutadora, pero, al mismo tiempo, analítica.

Autoretrato. 1973.
Autoretrato. 1973.
Óleo sobre tela. 100 x 100 cm.

He querido, deliberadamente, dejar para el final de este recorrido sumario por las referencias de los expertos, la de Josep Palàcios, posiblemente quien mejor conoce la obra de Boix. Palàcios, refiriéndose a la serie El rostre (El rostro) —pero en palabras que muy bien pueden transplantarse al resto de la producción boixiana— dice: “la obra tiene que haber arraigado en las profundidades de uno mismo [...] Ante la mirada, ante la propia mirada [...] se alza el presente absoluto de la imagen, su terror inmóvil, su fascinación irresistible” (“Les meues veus contra mi mateix” —Mis voces contra mí mismo-, dentro de El rostre, A la Ribera del Xúquer, 2002). El arraigo de la obra —de cada obra— en la personalidad y la figura de nuestro artista es evidentísimo; y esta “visceralidad” —vestida a veces de frialdad, de asepsia, pero no siempre, al pasar por el filtro de la mente— es lo que acabará por conferir a Boix un poder tan absoluto sobre el espectador, como he comentado en más de un caso, más arriba.

Autoretrato. 1974.
Autoretrato. 1974.
Carboncillo y óleo sobre tela. 130 x 145 cm.

No puedo, ahora, acabar esta aproximación a la obra de Boix sin decir que he querido hacer este vistazo de manera hasta cierto punto un poco distante. Haciendo de espectador curioso, de buscador en algún caso, de aprendiz de intérprete, en algún otro momento. No sé si siempre lo he conseguido. Prácticamente, todas y cada una de las obras que he mencionado —desde el 91 hacia acá— las he visto hacer. Eso creo que ha sido un verdadero honor y, por eso, en algún momento se me debe haber notado cierto apasionamiento —y es para curarme en salud que he querido definirme, solamente, como espectador, pero con el calificativo de “privilegiado”. No ha sido mi intención, en ningún momento, que a lo largo de estas páginas se haya entrevisto la amistad que me une con Boix: creo que, de haberlo hecho, yo habría parecido que hablaba interesadamente cuando, en realidad, la categoría de su obra no necesita de amigos que hablen bien de ella, porque sus trabajos hablan por si mismos. Los otros —los que nos toca escribir estas cosas— sólo somos un acompañamiento más o menos lucido. Por eso he querido hablar, solamente, de su obra. De su obra, que me parece impresionante. Y he dejado para la última línea —y no sé si Boix me lo pasará— una concesión mínima a la amistad: porque detrás de esta gran obra —cuya trascendencia aún no estamos en condiciones de valorar totalmente—, hay un gran hombre y, sobre todo, —para mí— un gran amigo.

La mà del pintor (La mano del pintor). 1972.
La mà del pintor (La mano del pintor). 1972.
Grafito sobre papel. 30 x 40 cm.

 

 

 

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