MANUEL BOIX

 

[volver a la portada de El Gesto, la Mirada]

 

 

APROXIMACIONES A LA OBRA DE MANUEL BOIX (1991-2003)

 
 

 

icent J. Escartí

Un laberinto, unos equilibristas y otras intelectualidades amenas (1993-1997)

En 1993 nos encontramos con diversas exposiciones de Boix, construidas siempre alrededor no de un eje temático, sino del uso de un material concreto, que se convierte en básico en toda su producción de aquellos momentos: el bronce. La primera de aquellas muestras —y para mí la más efectista— es la que llevaba por título El laberint i les nostres ombres en el mur (El laberinto y nuestras sombras en el muro), que se articula por primera vez en ARCO ’93 (Madrid), con la Galería I Leonarte, de Valencia. El laberint... estaba concebido como una especie de instalación que, más exactamente, quizá remitía al concepto de escenografía, en el sentido que los personajes allá presentes podían ser vistos como elementos de un discurso, de una representación casi teatral, que mantenían un diálogo evidente entre ellos y, al mismo tiempo, directo con el espectador, mientras miraban, entretanto, unos lienzos pequeños que colgaban de las paredes. Las piezas, en bronce, de 165 cm. de alzada, están constituidas por una base metálica y cónica, un tubo de bronce de unos 3 cm. de ancho y, encima, la cabeza de un personaje, hecho también de fundición. Hay que advertir que nos encontramos aquí con un concepto que Boix utilizará más adelante: la idea del rostro como elemento único sobre el cual crear, trabajar, en primerísimos planos, para hacer una obra francamente impactante.

 
El laberint i les nostres ombres en el mur (El laberinto y nuestras sombras en el muro).
El laberint i les nostres ombres en el mur (El laberinto y nuestras sombras en el muro),
Arco ’93. Madrid.
 

Hay que insistir aún que las cabezas de los personajes que transitan El laberint... son casi como personajes de una representación y forman, si se miran bien, una galería de retratos —en la línea entre lo imaginario y lo real— que destacan por una cierta expresividad macabra, truculenta, fantasmagórica quizá y, especialmente, por evidenciar una fuerza que podríamos relacionar con determinadas imágenes del mundo animista: no en balde, los rostros que nos aparecen tienen rasgos, en muchos casos, negroides. Buscan, deliberadamente, un cierto primitivismo que los ponga
en contacto con culturas exóticas —como el mundo africano—, aunque son también, por lo que les corresponde de mediterraneidad latina, una representación esquemática —aggiornamento, transplante del Imperio Romano a la modernidad del siglo XXI— del concepto de los lares y de los penates del mundo clásico. Son, por eso, y en parte, el reflejo de aquellas divinidades familiares, que habitaban —en terracota o en mármol— en los patios de las casas de los patricios romanos, y que, por obra de la metamorfosis que opera Boix, devienen, al mismo tiempo, personajes oníricos —de una pesadilla, a menudo—, que nos envuelven, nos persiguen, nos miran y nos vigilan en cada paso que hacemos.

Rostre 33 (Rostro 33) (detalle). 1993.
Rostre 33 (Rostro 33) (detalle). 1993.
Bronce. 165 x 25 x 25 cm.

Rostre 45 (Rostro 45) (detalle). 1993.
Rostre 45 (Rostro 45) (detalle). 1993.
Bronce. 165 x 25 x 25 cm.

 

 

Hay que decir que aquellos rostros, de gran expresividad y efectismo, muestran unas pieles, unos acabados más bien toscos, casi brutales, feroces en algunas ocasiones, hecho que les aleja de cualquier refinamiento grecorromano. Pero eso les hace ganar en calidad. Bastará recordar, según la numeración que los identifica en el catálogo (El laberint i les nostres ombres en els murs, con textos de Josep Palàcios, En la Ribera del Xúquer, MCMXCIII), el XXIX —con una especie de pez sobre la cabeza y la cara salpicada de color calabaza, de efecto cautivador—, el XXXV —que se oculta detrás de una máscara inexpresiva, pero que puede llegar a causar terror a quien lo mira—, el XLV —que muerde un pez, retorcido, que parece que aún respira dentro de la boca de quien le quita la vida— y, en particular, el desgarradoramente poderoso XXVII, cuya expresión elegante se ve interrumpida por un corte que le cruza la boca, como si fuera un cosido, una cicatriz, y que hace pensar en otra obra de Boix, el Sant Bru (San Bruno, 1973).

La colección de los personajes laberínticos, que contaba con algún elemento narrativo más, se vio substancialmente modificada con la reelaboración que padeció, al reestructurarse, de cara a la exposición que llevaría por título Otó (Otón, 1993) y que se destinaría al circuito del proyecto Girarte (con exposiciones en Almansa, Altea, Alzira, Requena, Torrent y Villena). Las criaturas del Laberint... se verán enriquecidas, ahora, con algunos lienzos más —de formato más grande—, bronces de dimensiones pequeñas —también caras, rostros, pero no sólo eso, porque podemos encontrar micropaisajes y otros objetos cotidianos transformados en objetos artísticos— y, sobre todo, una nueva serie que viene etiquetada con el nombre Uns equilibristes (Unos equilibristas), en la cual, conviene resaltar que Boix utiliza la misma idea del Laberint..., pero ahora aprovechando imágenes de cuerpos infantiles, ubicados sobre, dentro, entre o atravesados por varillas, de bronce también, que tienen la función de crear una línea —una vertical— que definirá el espacio sobre el que se sitúan los equilibristas.

Els equilibristes d’Otó, instal·lats (Los equilibristas de Otó). 1993.
Els equilibristes d’Otó (Los equilibristas de Otó), instalados. 1993.
Bronce.

Boix, con Otó —cuyo resultado es algo heterogéneo—, seguramente quiso endulzar el aspecto global del Laberint. Para conseguirlo utilizó la pintura —con temas relacionados con los mismos rostros del Laberint, pero tratados de manera menos cruda, a partir de perfiles recortados sobre superficies planas, por ejemplo—, pero también introduciendo nuevas esculturas, de aspecto un poco más amable: la imagen de la infancia, que, a pesar de todo, no siempre es presentada como inocente o tierna, sino que de vez en cuando tiene toques perversos, como ahora por la combinación con algunos insectos. Incluso, la elaboración de instalaciones a escala reducida, también tendríamos que verla en este sentido de escenificación de los elementos de los personajes del Laberint i les nostres ombres en el mur, la contundencia de los cuales es muy semejante a la que poseerá, casi diez años después, la serie El rostre.

Rostres del laberint (Rostros del laberinto) (detalles). 1993.
Rostres del laberint (Rostros del laberinto) (detalles). 1993.
Bronce. 165 x 25 x 25 cm.

Aquel mismo año 1993 Boix, todavía tuvo que contribuir a los homenajes que, desde gran parte de la sociedad valenciana, se hacían en honor a la figura del intelectual más importante que han dado estas tierras en los últimos tiempos: Joan Fuster, muerto el 21 de junio de 1992. Amigo personal de Boix, y de una trascendencia social, política y cultural para los valencianos que no es necesario ahora enfatizar. Con motivo de la reedición de la su obra Terra en la boca (A la Ribera del Xúquer, 1993), a cargo de Josep Palàcios, Boix optó por ilustrarla no con dibujos o gravados, sino con una serie de esculturas en bronce —y alguna en plomo, mármol o vidrio—, de formato pequeño i de acabado detallista, que tomaban como base a Fuster, su recuerdo o los paisajes que le eran familiares, y que se convertían en alegorías clarísimas, algunas de una belleza realmente absoluta. Hablo, ahora, del núm. III: una cabeza de hombre, sumergida en un cubo, el cual hace el efecto de ser de barro, con la boca abierta, medio ahogado y como gritando, es una metáfora alusiva de muchos aspectos de la vida y la obra y —incluso- del legado cultural de Joan Fuster.

Rostres del laberint (Rostros del laberinto) (detalles). 1993.
Rostres del laberint (Rostros del laberinto) (detalles). 1993.
Bronce. 165 x 25 x 25 cm.

Un año después, Boix preparaba una exposición que llevará por título 33 cops de daus (33 golpes de dados, Centro Cultural de Alcoy, 1994), cuya importancia sería seguramente relativa si no fuera porque su existencia nos permite ver más a las claras aún que El laberint, Otó —con Uns equilibristes como aportación más novedosa— y las piezas para Terra en la boca, forman parte de un mismo momento creativo de Boix —al cual, también, hemos de añadir los Borja, en parte, y, sólo en “concepto”, La línia obscura (La línea oscura), como veremos a continuación. En este sentido, resulta muy ilustrativo el subtítulo que Palàcios —encargado del complemento literario de aquel catálogo para la muestra alcoyana— añadía: “33 cops de daus. O sea, siete de las catorce esculturas hechas para ilustrar el libro de Joan Fuster, Terra en la boca, cuatro de las sesenta y nueve que se articulan dentro del trazado general de El laberint i les nostres ombres en el mur, tres de las ochenta y cinco de la serie Els equilibristes d’Otó, y cinco figuras de la familia Borja de un total de treinta y seis variaciones sobre materiales diversos... Una rotulación tan explícita no se había dado nunca en la obra de Boix y, menos aún, de la mano de Palàcios. Pero me parece del todo significativa, para entender este período productivo de Manuel Boix, vinculado específicamente a la creación de objetos en bronce.

 

Estimbant-se. 1993.

Cuatro instalaciones de 33 cops de daus (33 golpes de dados). 1994.
Cuatro instalaciones de 33 cops de daus (33 golpes de dados). 1994.
Cuatro instalaciones de 33 cops de daus (33 golpes de dados)
(detalles), en Alcoi. 1994.

 

 

La revisión de aquellos materiales, en esencia, se produce, una vez más —dentro de la línea de reutilización y de relectura del material, que es propia de Boix—, con el siguiente proyecto, que lleva por título La línia obscura (La línea oscura, 1997) y que se expuso en Vilafamés, en el ciclo Tardor cultural.

 
Cuatro instalaciones de 33 cops de daus (33 golpes de dados). 1994.
Cuatro instalaciones de 33 cops de daus (33 golpes de dados).1994.
Cuatro instalaciones de 33 cops de daus (33 golpes de dados)
(detalles), en Alcoi. 1994.

 

Lliscant el cel (Resbalando el cielo). 1996.
Técnica mixta. 100 x 70 cm.
Ombra del passat (Sombra del pasado). 1996.
Técnica mixta. 100 x 70 cm.
Ajupit (Agachado). 1997.
Técnica mixta. 100 x 70 cm.

En La línia obscura, lo primero que llama la atención es que Boix vuelve, súbitamente, y fundamentalmente, al lienzo, a la pintura. Y lo hace, tal vez, al probar a reinterpretarse a si mismo: elementos de los mundos de las dos grandes series anteriores —El laberint y Otó— aparecen en cuadros de grandes dimensiones; pero, elementos de obras tan antiguas como Retransmissió televisiva del miracle (Retransmisión televisiva del milagro, 1970) son también repescados y revisados con nuevos ojos. Personajes extraídos del ámbito infantil de los Equilibristes, perfiles de las escenografías del Laberint, e incluso algún elemento recuperado del mundo del juego de pelota, se combinan con nuevas incorporaciones de cariz matérico o extremadamente narrativo, pero donde dominan, sobre todo, las ansias de conseguir unas imágenes serenas —hasta incluso desde el dolor, en algún caso—, y donde la línea obscura —la que une, invisiblemente— se insinúa levemente en el concepto de dibujo cuidado y lleno de matices que podemos descubrir en cada cuadro.

Rostre 39 (Rostro 39) (detalle). 1993.
Rostre 39 (Rostro 39) (detalle). 1993.
Bronce. 165 x 25 x 25 cm.

No hay que insistir demasiado, pero, desde mi punto de vista, La línia obscura seguramente cerraba un período concreto en la trayectoria de Manuel Boix. El artista, después de experiencias de gran trascendencia, como El punt dins el moviment, había escogido dar a conocer su vertiente de escultor a través de obra seriada, en tiradas cortas o en piezas únicas, pero realizadas en bronce. Podríamos decir que el mundo de la fundición —vivido de cerca con la elaboración de las primeras piezas en bronce, para las series del juego de la pelota, y en colaboración con Jaume Espí— lo había cautivado. Una muestra de ello es que, a pesar de que continúa pintando, las esculturas en bronce vienen a ocupar prácticamente del todo su necesidad creativa o, al menos, expositiva. Con Otó, se producirá una primera inflexión de retorno hacia la pintura. Pero, con La línia obscura el cambio ya se hace del todo evidente: el lenguaje es el pictórico, aunque el dibujo, el acabado de aquel dibujo, continúa siendo escultórico. Nada de nuevo, por otra parte, en la trayectoria de Boix.

Jo, pòstum (Yo, póstumo). 1993.
Jo, pòstum (Yo, póstumo). 1993.
Bronce. 7 x 4 x 4,5 cm.

 

 

 

[volver a la portada de El Gesto, la Mirada]

 

Si quieres escribirme puedes hacerlo a: manuelboix@gmail.com