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APROXIMACIONES A LA OBRA DE MANUEL BOIX (1991-2003)
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icent J. Escartí
El punt dins el moviment (1992-1997)
Durante la larga estancia de M. Boix en Nueva York, uno
de los proyectos que seguramente ocupa más parte de su
tiempo es la concreción de una exposición de gran formato,
con algunas piezas casi colosales, y que acabaría por resolverse
en una muestra itinerante que fue expuesta en diversos
espacios de nuestro país, y más allá, con una aceptación
grande por parte de la crítica y del público, y que viene
a demostrar el hecho que algunas de las obras de aquella
serie, que llevará por título El punt dins el moviment y que
tendrá como base la pelota valenciana, hayan pasado a integrarse
en diversos espacios urbanos de nuestra geografía.
Parece ser que el tema de la pelota valenciana ya había
interesado a Boix a principios de los 80 y, aparte de algunos
apuntes, son testimonio de ello algunas aproximaciones
como las que podemos encontrar en Trinquet (Trinquete),
de antes de 1982, fecha en que es reproducido en Acròstic
(Acróstico). Sin embargo, será durante la estancia en Nueva
York cuando Boix se mete en ello de lleno. En este sentido,
hay que advertir que muchas de las piezas que después realizará
durante los años 1991-1992, provienen de aquellos
estudios anteriores.
El punt dins el moviment se expuso por primera vez en las
Salas del Arenal, de Sevilla, el año 1992, coincidiendo con
las celebraciones de la Exposición Universal. Después, con
algunas incorporaciones —como lo testimonian los diversos
catálogos que se editaron— se expuso, entre otros lugares,
en el Teatro Romano de Sagunto (1993), en las Atarazanas
de Valencia (1994), en la Lonja del Pescado de Alicante
(1994), en el Almacén de Ribera, de Carcaixent (1994), en
la Casa de la Cultura de Xàtiva (1994) y, por último, en las
Salas de Bancaja, de Castellón de la Plana (1995) y en la
Sala de Exposiciones de la Fundación Bancaja, en Madrid
(1995). El recorrido de unos tres años había ido dejando,
también, sus frutos, mientras que algunas de las piezas de
aquella muestra ocuparon el espacio urbano de las ciudades
donde se expusieron y aún permanecen allí. Pero vayamos
por partes.
En El punt dins el moviment, Boix sobrepasa fácilmente lo
que podríamos entender como los límites de una muestra
convencional: no se trata, en definitiva, de una colección de
pinturas o de un conjunto de esculturas con un eje temático
común, sino que acopla una serie de productos que participan
de ambos lenguajes y que, frecuentemente, los
intercambian. La muestra, por otra parte, va creciendo, un
poco insensiblemente, a medida que pasa el tiempo. Los bloques
de la misma, tal como podemos encontrarlos en la última
de las exposiciones —que cierra el ciclo y lo fija—,
merecen, no obstante, un análisis detallado.
En Superfícies i incisions (Superficies e incisiones) nos encontramos
con un conjunto de nueve pinturas o cuadros
de gran formato que podríamos situar dentro del ámbito
de la figuración, pero donde también constatamos elementos
claramente irreales o metafóricos. A esta colección aún
habríamos de añadir el lienzo Raspall (¿Raspote? —modalidad
de juego de pelota—), de 3 metros de alto por 7 de
largo, donde en un ambiente irreal, de clara inspiración
renacentista, encontramos a unos jugadores de pelota disputando
una partida de esa modalidad. El cuadro no deja
de ser una amplificación de L’inici (El inicio), en donde ya
aparecen, prácticamente, los mismos elementos, solamente
que aquí, reducidos a la mínima expresión: las columnas
pasan a ser nada más la idea de una sola columna, y la partida
sólo se insinúa, en la parte inferior. En Raspall, por el
contrario, parece como si el escenario tuviera más importancia
que los personajes, y el juego de luces y de sombras,
marcadísimo, así lo señala. De la serie, además de las pinturas
que ya hemos comentado en otro lugar, quizá vale la pena
hacer referencia a dos de ellas que vienen a representar, en
parte, los extremos de la pintura boixiana. Por un lado, en
El caixonet de les pilotes (El cajoncito de las pelotas) Boix se
desprende de cualquier ansia de embellecimiento y recurre
a colores casi planos, fuertes, básicos, para representar formas
simples, rectilíneas, desnudas. Por otra parte, en L’impuls
(El impulso) —seguramente uno de los cuadros más impresionantes
de la serie—, Boix recurre a un tratamiento
de pintura superficie y al dibujo minucioso en el cuerpo
del jugador, en escorzo y visto desde atrás. Pero la creación
de una piel fantástica, irreal, a partir de señalar puntos—como si el dibujo fuera a pasar a mármol— en el cuerpo
del jugador, hacen que el lienzo adquiera una fuerza expresiva
superior. El espectador, ante aquella solución, capta la
sensación de dolor que seguramente Boix ha querido transmitir,
para evidenciar el esfuerzo del deportista; pero, al
mismo tiempo no puede dejar de advertir la truculencia que
se insinúa, al ver las señales dolorosas hechas a fuego, de
matices casi dorados. Y todo, resuelto con colores suaves, sin
estridencias, de manera que las tonalidades finas, por la sabia
utilización de los elementos, transmiten a quien lo mira
sensaciones fuertes, casi brutales, creando, además, la sorpresa.
Un segundo conjunto viene representado por el que
aparece titulado como Trajectòries i línies d’aigua (Trayectorias
y líneas de agua). Son, en principio, una colección de
esculturas de clarísima voluntad esquemática —si podemos
calificarlas así—, ya que pretenden ser la plasmación de algunos
de los recorridos que puede hacer una pelota —en
ciertos casos, imposibles—, pero buscando intencionadamente
la limpieza de las formas, del diseño. A los diez objetos—o “ritmos”— hay que añadir un par de piezas —La
serp, el riu (La serpiente, el río) y Salt (Salto)—, donde Boix
ha dejado correr más la fantasía y ha complicado el resultado
final, pero dentro de la misma línea de simplicidad y
formas puras. Hay que indicar, también, que estas piezas se
ven complementadas por algunos de los dibujos publicados
en el mismo catálogo (1995), hechos en óxido sobre papel—algunos de los cuales, de resultados sorprendentes—, y a
los que tendríamos que añadir, para incluirlos en este grupo,
los dibujos preparatorios que se publicaban, acompañados
de textos literarios de J. Palàcios en El punt dins el
moviment (A la Ribera del Xúquer, MCMXCII).
En Elements i columnes (Elementos y columnas), Boix
continúa en la búsqueda de su lenguaje escultórico y, utilizando
el concepto de punto —pelota— y la idea de verticalidad—columna, pilar, viga—, crea una serie de piezas
que transitan por los materiales más diversos: bronce, hierro,
hormigón, plomo, madera y piedra. Solamente en l’Angle
de brancalada (Ángulo de la jamba), Boix se permite la aparición
del elemento humano, a través de las manos de un jugador
de pelota, preparándoselas para el juego, creando, como
en otras ocasiones, un efecto hasta cierto punto onírico.
Finalmente, encontramos Frontisses i duplicacions (Bisagras
y duplicaciones). En este grupo de esculturas Boix se va a
permitir más el recurso de la figuración, pero entendida ésta
desde dos puntos de vista. Así, si por un lado encontramos
lo que podríamos calificar de “siluetas” (Llum i ombra —Luz
y sombra—, El contrapés -El contrapeso-, Projecció sobre el mur—Proyección sobre el muro—), donde se trabaja a partir
de la figura del jugador de pelota o, para ser más exactos, a
partir de su figura “recortada”, que solamente se podrá ver
de manera completa desde un ángulo, aunque no tiene volumen,
sino que lo da la ilusión. Dentro de este mismo grupo
habría que incluir, finalmente, L’angle trencat pel moviment (El ángulo roto por el movimiento), una pieza de 600 x 140 x
280, en hierro, que, aparte de su evidente monumentalidad,
juega también con el concepto de “silueta” y de “recorte”,
pero ahora a una escala francamente monstruosa y dando a
la pieza, a pesar de la rigidez del objeto, una movilidad acentuada,
no sólo por la disposición de los elementos que aparecen—el jugador y su “reflejo”, que no se ajusta en nada
a la imagen presupuesta del concepto “sombra”—, sino por
el hecho que el recorte de una de las siluetas, en negativo,
permite que aquello que se ve a través suyo cambie, dependiendo
de nuestro punto de vista, con lo que se gana en
diversidad de imágenes para una misma pieza.
Pero, por otra parte, da la impresión que con la serie que
tiene como origen Narcís (Narciso) y que deriva de Escorç
(Escorzo), es donde Boix se encuentra más a gusto. El artista
se permite una serie de variaciones muy efectistas y su
insistencia en las relecturas así parece que lo corroboran. De
hecho, en Escorç la mano del jugador parece salir de la misma
tierra, representada por la piedra del país. Una tierra que
encarna la tradición y se convierte por lo tanto en un homenaje
a la historia de la pelota en nuestra cultura. Pero
aquella piedra, que podría haber sido un solo bloque, es
deliberadamente una sucesión de capas de piedra, superpuestas,
para insistir en un concepto que es muy querido a Boix:
la fragmentación. Escorç es, también, el origen de la
Aproximació al pèndol (Aproximación al péndulo) —un cuadro
hecho con tinta china y acuarela sobre papel—, y lo
volvemos a encontrar en algún otro objeto más y, especialmente,
en La treta (El saque). Són, estos casos, los habituales
de autocitación, de revisión de una misma realización por
parte de su autor.
En Narcís, la mano y la pelota se convierten, seguramente,
en una metáfora del pasado y del presente. Esta escultura,
realizada en mármol blanco de Macael, está dividida en
dos planos clarísimos y a la vez ficticios. El autor ha representado
la mano que sostiene la pelota, emergiendo del agua
y reflejándose en el líquido. Pero aquel mismo reflejo, la idea
de reflejo, lejos de estar provocado por el agua “real” —como
en otro Narcís, de bronce, que también forma parte de la
serie y que se encuentra ahora en la ciudad de Castellón,
depositado en medio de una balsa con agua—, es un trabajo
de talla en el mismo mármol, y forma parte de la misma
escultura. El reflejo de la mano y de la pelota se convierten
en volúmenes puros, deliberadamente llenos de incisiones,
y pretenden y consiguen simular y sugerir el agua que, no
perdiendo la consistencia inmaterial que se espera de una
cosa tan etérea como son las imágenes reflejadas en un elemento
líquido, tienen, no obstante, la contundencia que les
aporta el hecho de estar realizados en mármol. La Primera
imatge de Narcís (Primera imagen de Narciso), que corresponde
al objeto de mármol blanco que comentamos, será
el origen de sus “descendientes”, ya metálicos, y a los que, a
veces, se les hace crecer con la incorporación de una parte
del brazo, que sigue a aquella mano primigenia y que ha
sido el punto de arranque de una parte de la exposición. Así, Narcís, Seqüència (Narciso, Secuencia)—actualmente en
el edificio Bancaja de Pintor Sorolla— y el Arc daurat (Arco
dorado) —ahora ubicado en el Bellveret de Xàtiva—, son
tres piezas de dimensiones colosales, en bronce; y tendríamos
que añadir L’angle (El ángulo), de aluminio y plomo. En esta sucesión de piezas que tienen como tema la mano
del jugador de pelota, Boix parece que ha recurrido de
nuevo a la fragmentación como recurso narrativo, para incidir
en el espectador de una manera más directa. El uso de
unos materiales nobles —como la piedra, el mármol y el
bronce— evidencian bastante su deseo de “dignificar” el
tema tratado, mientras que la aparición del aluminio y el
plomo —materias menos usuales— será, sin duda, una concesión
a la modernidad y, quizá también, a su deseo de experimentar.
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No quisiera acabar este apartado sin haber hablado de
otras piezas que, por su propia naturaleza, son de difícil catalogación,
dentro del conjunto de la obra boixiana. Me
refiero a la Taula de treball d’Enric Àlvarez, a Carcaixent (Mesa
de trabajo de Enrique Álvarez, en Carcaixent), que entraría
dentro de la categoría, quizá, del objeto —en la misma
medida que lo era La maleta del pintor, por ejemplo—, pero
donde la intervención del artista es aún mayor. De hecho,
nos encontramos ante un objeto “falso”: la pretendida mesa
de un artesano que elabora pelotas es sólo eso, una pura
pretensión, ya que el objeto pasa a formar parte del concepto
de escultura cuando nos percatamos que todo ha sido
elaborado como materia artística, concebida y creada para
serlo, sin prácticamente ninguna concesión. Por otra parte,
en Trinquet (Trinquete), realizado en piedra caliza, Boix “juega”
a hacer una especie de maqueta de un trinquete “real”. Pero, si eso es lo que a primera vista puede sugerir el objeto,
la elaboración del mismo bien pronto nos descubre que
nos encontramos ante otra escultura: la búsqueda de líneas,
en el exterior, y la disposición de las mismas, en el interior,
así permiten percibirlo. Esculturas y dibujos, preparatorios
o hechos a partir de las piezas anteriores, venían a completar
el recorrido por la pelota valenciana, un recorrido que,
como se ha visto, se demostraba completo y variado.
Hacer una valoración de conjunto sobre El punt dins el
moviment, tanto por la amplitud del campo que alcanza como
por la diversidad de los lenguajes que usa Boix, no resulta
fácil. Pero sí que, al menos, podemos afirmar algunas cosas,
sin riesgo a equivocarnos: si bien Boix continúa utilizando
su peculiar manera de entender el dibujo, basada en el
perfeccionismo heredado sobre todo de la voluntad de depurar
la línea y, en especial, de la pintura, no es menos cierto que, como su realización del dibujo siempre había sido,
hasta cierto punto, muy “escultórica” —por decirlo de alguna
manera—, el paso a la escultura se nos aparece como
un paso “natural” y nada forzado, dando pie a trabajos de
una gran calidad. Por otra parte, Boix, con El punt dins el
moviment se dejaba llevar por una vocación de escultor que,
en ocasiones anteriores, sólo había dejado entrever. También,
su concepción de una macroexposición como fue El punt...
indica muy claramente que su concepto de obra plástica
podía recorrer en transversal las diferentes disciplinas al uso.
Si en Vulcà (Vulcano) hay una concepción hasta cierto punto
pictórica aplicada a una escultura, en Perfil tallat (Perfil
cortado) y en El gir (El giro), o en El caixonet de les pilotes
(El cajoncito de las pelotas) aparece el uso de elementos
escultóricos aplicados a un lienzo, a una pintura en definitiva.
Por último, Jàsseres (Jácenas) o La taula... son esculturas—objetos— próximas al concepto de instalación, como
también lo eran lo que ya hemos citado en otros lugares,“ritmos” —titulados, realmente El punt dins el moviment, en
sentido estricto—, al verse situados sobre estructuras de hormigón
que querían recordar claramente la esquematización
de las gradas de un trinquete. En definitiva, Boix, con El
punt dins el moviment, hizo un salto definitivo en una dirección
muy determinada que volveremos a ver aparecer en
los años siguientes y que pasa por el concepto de arte total,
por encima de divisiones y subdivisiones no siempre
operativas.
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