MANUEL BOIX

 

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NO SIEMPRE UN AUTOR, CUANDO ESCRIBE LITERATURA, tiene claros los rostros de los personajes que ha creado. Quiero decir que no siempre, cuando al escritor se le ocurre un determinado personaje, presenta una cara nítida y perfectamente definida. A veces, sin embargo, pasa todo lo contrario: cuando aparece un actor concreto en una novela, el autor ya posee, incluso, los detalles más mínimos de su fisonomía. Sería muy difícil saber, por ahora, qué personajes han aparecido ya a sus autores con unas características físicas concretas y cuáles no. Posiblemente, cuando el autor nos da una descripción más o menos pormenorizada de la cara o del cuerpo de su criatura, es porque lo tiene claro; posiblemente, cuando un personaje no presenta ninguna descripción física y sólo es un nombre, su autor no ha acabado de visualizarlo con un rostro y un cuerpo concretos. Sin embargo, como digo —y hablo desde mi propia experiencia—, sólo posiblemente. En ambos casos. Porque las alternativas a una posibilidad y a la otra son muchas y pueden formarse por muchísimos caminos. Así, a menudo un personaje que se encuentra inspirado en una persona viva y real de nuestro mundo, acaba por difuminarse de tal manera en la mente del autor, que pierde los atributos con que la había visto nacer, mientras que otros personajes que han aparecido sin rostro, sin cuerpo, sin ningún rasgo personal que los identifique en los ojos de su creador, acaban por definirse de tal manera que ya no pueden tener otros ojos, otra boca, otros cabellos, otras manos o brazos, otras piernas o pies, otro sexo, que el precisamente configurado en la imaginación del escritor convertido ahora en demiurgo de sus creaciones.
Si echamos una ojeada rápida al Tirant, por ejemplo, veremos que Martorell —y Galba y todos los que pudieron meter baza en aquella novela— no se entretuvo demasiado en dotar de rostro y de rasgos físicos personales a sus personajes y, más concretamente, a sus protagonistas. Tirant se muestra solamente insinuado –joven, claro de piel por su nombre que desciende de la madre y poca cosa más–, mientras que Carmesina, que pasa a ser paradigma de la belleza femenina, nos aparece un poco más concreta. Que yo recuerde ahora mismo, la blancura de su piel es de “lliris ab lliris mesclada” —quizá por un error del tipógrafo, o del propio Martorell cuando copiaba el fragmento de Guido delle Colonne, al describir a Helena de Troya, que era de color de “lliris ab roses mesclada”; o quizá, por una voluntad deliberada de exagerar más aún la blancura de la heredera del Imperio Griego—; sus pechos son “dues pomes de Paradís” y la blancura y la finura de su cuello son tan excelsas que, al pasarle el vino, se puede ver a través de su piel transparente! Creo que prácticamente nada más, aparte de la juventud de Carmesina, que es aún una adolescente, aunque de una sabiduría abusiva para cualquier lector de nuestro tiempo. Pero eso, como el resto de las posibles pistas por conocer a los personajes, ya forman parte de lo que podríamos llamar atributos psicológicos: valor, astucia, simpatía, gracia... Por lo tanto, con aquellas cuatro pinceladas, el lector debe imaginarse a Tirant y a Carmesina. Martorell, no sabemos si los tuvo mucho más claros, cuando los concibió. Los lectores del siglo xv —y posteriores— seguramente se los figuraban de manera que no tenían mucho que ver, tampoco, con los que en su prístina forma debió imaginarse Martorell. Los lectores de nuestros días quizá ya han mezclado toda una información añadida, proveniente de las imágenes televisivas o cinematográficas sobre caballeros y caballerías, y no todas con el necesario rigor histórico. En cualquier caso, Tirant y Carmesina podríamos decir que nos han llegado sin un rostro específico, sin unas caras y unos cuerpos definidos.
Ahora bien: Tirant, Carmesina, Diafebus, Estefania, Plaerdemavida, el emperador de Grecia o el rey Escariano —gente, toda ella, sin una imagen física concreta— en el momento que han pasado a ser ilustrados, han debido ser dotados de una cara, de una faz determinada. Aquí es donde ha intervenido la mano del artista plástico. Y, en este caso que nos ocupa, la mano de Manuel Boix. Y si en aquel proceso, haciendo un pormenorizado análisis, podríamos llegar a encontrar, en más de un caso, las fuentes donde se ha inspirado el autor —códices medievales, los primitivos italianos, Benozzo Gozzoli, los flamencos del xv o los artistas del gótico internacional de nuestro país—, se puede decir que el resultado final es, en todos los casos, la plasmación gráfica de la visión de Boix sobre la novela de Martorell. Y, en especial, los rostros de los personajes: cada retrato imaginario es, siempre, un Boix.
El año 1979 empezaba la aventura de ilustrar el Tirant de Martorell con grabados, para una edición de lujo que se vería solo acabada en 1986, con el cuarto y último volumen. La publicación, llevada a cabo por Edicions A la Tercera Branca, pensada
claramente para bibliófilos, contaba con la fijación del texto martorelliano con grafías actualizadas a cargo de Josep Palàcios y poseía una bella colección de grabados originales —algunos de grandes dimensiones— que constituían, sin duda alguna, la empresa más ambiciosa llevada a cabo desde nuestro país, para dotar de rostro, de imágenes, de plástica, una obra literaria en valenciano. El Tirant de Martorell pasaba a ser, desde aquel momento, también, el Tirant de Boix. El artista plástico había dado rostro a los personajes, pero no solamente eso: los había situado en escenarios, en espacios, en universos fantásticos o inspirados en la realidad que, ya para siempre, pasarían a formar parte del referente colectivo de nuestra imagen literaria nacional.
Pero Tirant —el personaje— aún debía inspirar a M. Boix en un par de ocasiones más: en primer lugar, para Edicions Proa, con una adaptación del texto a cargo de Maria Aurèlia Capmany, que contaba con cincuenta y una bellísimas acuarelas (1989), y en segundo lugar para Edicions Bromera, con una adaptación del texto valenciano hecha por Josep Palomero, que reaprovecha parte del material ya publicado en la edición anterior, aunque se ve notablemente aumentado con nuevas ilustraciones a color que siguen la línea de las anteriores.
En los tres casos, Boix ha sabido generar imágenes suficientemente atractivas como para pasar a formar parte del imaginario colectivo y, por otra parte, sin traicionar el espíritu de Martorell o sin apartarse demasiado de la tradición y de la imagen plástica del mundo del Renacimiento, aunque, como es obvio, desde su personal óptica y desde su genialidad para conjugar elementos y personajes de una manera fabulosa.
Pero la obra gráfica de Boix vinculada a la literatura de los valencianos no termina aquí. No termina con el Tirant. Seguramente, si hubiese sido así, tampoco se le hubiese podido pedir más: Boix habría sido el encargado de visualizar la novela valenciana más importante de todos los tiempos. Sin embargo, el interés de Boix por nuestra literatura antigua y contemporánea lo ha llevado a adentrarse en otros proyectos, como veremos.
En el año 1991, también en la Editorial Bromera, Boix hacía una nueva aproximación a un clásico medieval nuestro. De hecho, se trataba de ilustrar una versión de un resumen de la Crónica del cronista de Peralada, Ramon Muntaner, hecha por Vicent Escrivà. Nuevamente aquí, Boix tiene en cuenta el mundo referencial del autor —del que ofrece, también, un retrato—, y vuelve a emplear los elementos que ya hemos señalado en el caso de sus trabajos para el Tirant; sin embargo, además, habría que señalar que, con toda probabilidad, también Boix tiene presente su propia construcción del universo tirantiano. De hecho, aunque se trata de dibujos —y no de grabados—, las ilustraciones de la versión de la Crónica de Muntaner recuerdan clarísimamente al Tirant: los puntos de vista del autor, la predilección por ciertos temas, etc., enlazan ambas obras. Si Muntaner inspiró a Martorell, en el siglo xv, en el caso de Boix, su propio trabajo en el Tirant le inspiró para ilustrar el texto cronístico de Muntaner. Quizá, en un caprichoso retorno de favores del ciclo histórico.
Pero Manuel Boix también se ha aproximado a otros personajes y autores medievales y del Renacimiento valenciano. Jaime I, en escultura de bronce que era incorporada a un cartel fotográfico, era el motivo central del realizado en conmemoración del 750 aniversario de la entrada del mencionado monarca en Xátiva (1994), y dentro del ámbito de Xàtiva, encontre de Cultures. En esta representación jaimina, Boix representaba de manera escultórica un rey don Jaime, conquistador pero ciertamente melancólico, al estilo del retrato realizado por Gonçal Peris en el siglo xv.
Por otra parte, el papa Alejandro VI, como figura central de un cartel de grandes dimensiones y de regusto arquitectónico, con elementos decorativos de la antigua capilla Borja de Xàtiva, pasaba a ser una figura hasta cierto punto desacralizada, mientras que, aunque aparece revestido con toda la dignidad papal, Boix nos lo presenta mirando con deseo un plato de arnadí, en el cartel Xàtiva, els Borja, del año 1992. A esta familia, aún, Boix dedicará otro cartel, también fotográfico, que se argumenta sobre las cinco esculturas realizadas por el artista, de dimensiones pequeñas, donde encontramos a Calixto III, Alejandro VI, César y Lucrecia Borja, y el duque san Francisco, sobre basamentos de bronce también, y que fue realizado para Els Borja, valencians universals (Gandia, 1992-1993).
De ámbito también medieval son las aproximaciones diferentes que ha hecho Boix a Ausiàs March y, en otra ocasión, a Joan Roís de Corella. Del primero, Boix elaboró un retrato para la cubierta del texto de Ximo Vidal Mora, Ausiàs: impromtu per a una representació (Diputación de Valencia, 1985). En este retrato imaginario, Boix echa mano de su propia fantasía y, por otra parte, representa al literato acompañado de un halcón, un elemento que, más allá de haber estado claramente vinculado a la vida del poeta excelso —Ausiàs fue halconero real—, lo estaba también a la del propio Boix, el cual lo había hecho aparecer como pieza clave de toda una serie pictórica suya: Halconería (1971). El otro retrato de March es el que Boix realizó para elaborar la cubierta de la antología poética del autor medieval que publicó Bancaja en 1997, con motivo del sexto centenario de su nacimiento. Esta antología era, en realidad, una nueva edición de la selección que en 1959 llevó a cabo Joan Fuster, y en el retrato imaginario de March, Boix se inspiró nuevamente en los maestros góticos valencianos. Una inspiración semejante podemos detectar, aún, en el retrato fantástico de Joan Roís de Corella, donde, en un dibujo de rasgos muy expresivos, Boix crea la fisonomía del poeta renacentista valenciano amigo del príncipe de Viana. En este caso, sin embargo, el dibujo de Boix no aparece en la portada, sino como pórtico, ya dentro del libro que, publicado por la Editorial Denes (2004), contiene una edición de los textos corellianos, con traducción castellana de Eduard J. Verger.
Otro momento literariamente rico e históricamente complejo que ha atraído la atención de Boix ha sido el de las Germanías y, por extensión, el de la corte de doña Germana de Foix y sus diferentes maridos. Así, Boix elaboró un retrato ficticio del caudillo de los agermanados, Vicent Peris. De este, más aún, destaca el magnífico cuadro con el cuerpo desnudo de Peris, descabezado, que impacta de manera impresionante sobre el espectador. Con todo, en este caso —como en otras ocasiones— no se trata de carteles o de obra gráfica o de ilustraciones en el sentido estricto de las palabras, sino de lienzos de grandes proporciones y de aspecto majestuoso, aunque a partir de aquellas imágenes Boix confeccionó un par de carteles. Sí que cae de lleno en el ámbito del grafismo, sin embargo, el trabajo que Boix realizó para la representación (1981) por parte del Grupo 49 de Quatre històries d’amor per a la reina Germana, de Manuel Molins, y donde Boix recurre a una preciosa fantasía de inspiración histórica y clásica, pero con elementos de modernidad —sobretodo a las arquitecturas que hacen el fondo del espacio del cartel—, que confieren una gran fuerza a este cartel informativo. Por otro lado, hay que decir que el espacio escénico de aquella representación teatral y el vestuario fueron también diseñados por Boix.

La Guerra de Sucesión, que acabó dramáticamente para los valencianos en 1707, con la Batalla de Almansa y la posterior derogación de los Fueros y Privilegios del Reino, ha sido otro hito histórico que ha centrado el trabajo de Boix en numerosos carteles e ilustraciones vinculadas al período de la transición. Sin embargo, sólo recientemente, Boix ha incorporado a su galería de retratos imaginarios de personajes literarios e históricos valencianos el del general Joan Baptista Basset (2006). En este dibujo a la tinta, Basset, vestido de gala y en una actitud arrogante, mira al espectador, quizá de una manera interrogativa y recuerda, por una parte, los retratos en grabado que tanto abundaron en Europa desde finales del XVII y durante todo el siglo XVIII, y, por otra, presenta ciertos elementos de tratamiento del dibujo que nos ponen en contacto esta obra de Boix con la serie El rostro (1999-2003).
En definitiva, el interés de Boix por la literatura y la historia pretérita de los valencianos le ha llevado a hacer diferentes aproximaciones a sus personajes principales y a sus autores. En algunos casos ha sido una obra muy concreta, en otros, un autor determinado o un personaje que, aún siendo histórico, ha pasado a formar parte del universo literario y mítico valenciano. Boix, en todos los momentos, ha sido el que ha transformado el nombre de un personaje o de una persona en un rostro: Boix ha dotado de rostros parte de nuestros referentes literarios e históricos como pueblo valenciano. Ni Tirant, ni Ausiàs March, ni Vicent Peris ni Basset tenían un rostro definido y claro hasta que Boix nos los ha mostrado. En otros casos, cuando de los personajes históricos ya teníamos una imagen, una iconografía concreta, Boix la ha transformado, haciendo una lectura nueva. Y eso es una tarea y una obra impagables.

 

 

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