[vover a la portada de Obra gráfica e impresa]
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SI BIEN ES CIERTO QUE, EN LAS DOS ÚLTIMAS DÉCADAS,
las facetas pictórica y escultórica de Manuel Boix han acaparado la atención de los
mass media, del público y de la crítica por encima de sus facetas de ilustrador, de
cartelista o de grabador, también es cierto que estos últimos puntos —normalmente
de formatos más pequeños— no se han visto nunca eclipsados por las sorprendentes
telas o los magníficos trabajos en bronce, hierro o piedra. De modo bastante inaudito,
en Boix los trabajos de pintor, de ilustrador de libros, de grabador, de escultor, de
dibujante o de cartelista son indisolubles unos de otros desde el fin de los años sesenta —en que empieza a trabajar— hasta la actualidad. El hecho de que su obra gráfica e
impresa sea tan diversa y dispersa posiblemente haya influido en la dificultad de
hacernos ver que se trata del mismo autor, pero a menudo las preocupaciones y las
preferencias técnicas y temáticas van paralelas en unos y otros trabajos, y —lo más
sorprendente— se imbrican mutua e inexorablemente.
La exposición y el catálogo Manuel Boix: obra gráfica e impresa, que ahora propicia
la Generalitat Valenciana, tiene justamente como uno de los objetivos fundamentales
aglutinar en un mismo espacio toda una amplia obra que condensa más de mil imágenes
creadas para su reproducción —limitada— en un tórculo o —masiva— en una imprenta
industrial, con tiradas que incluso han sobrepasado los doscientos mil ejemplares. La
procedencia de estas reproducciones y sus correspondientes ISBN —entre otras cosas—
nos hará ver la internacionalidad de la que —como su otra actividad plástica— también
gozan muchas de sus ilustraciones, aunque hayan estado creadas casi siempre desde
la calle Sant Pere de l’Alcúdia —con la excepción de los años 1987 a 1990 en
que vivió y trabajó desde la calle Harrison de Nueva York—. Esta proyección en
el exterior ya le vino ratificada con los premios Golden Apple de la prestigiosa
y descubridora de talentos Bienal Internacional de la Ilustración de Bratislava
(Eslovaquia) de los años 1973 y 1987 (por los libros El cangrejo de oro y La serp,
el riu, respectivamente); y se sumaban —o se avanzaban— a otros reconocimientos
como el premio Lazarillo de ilustración infantil, en 1971 (por El país de las cosas
perdidas, ilustrado conjuntamente con Miguel Calatayud); el Premio Nacional de
Artes Plásticas, en 1980 —éste por el conjunto de su obra, con sólo treinta y ocho
años, y siendo la primera edición que otorgaba el Ministerio de Cultura de la
joven democracia española—; el Premio Nacional de Diseño, junto a Josep Palàcios,
en 1986 (por El pardalet sabut i el rei descregut); el Premio Nacional de Ilustración,
el mismo año, y —entre otros— la distinción Catalònia de Ilustración, en 1988.
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Es paradójico que su obra como ilustrador —sobretodo de ilustrador para público
infantil y juvenil— haya sido tan premiada o más que la otra. Pero Boix, que trabaja
en una espiral serpentoide rodeando con la misma contundencia las diferentes ramas
de la plástica, lo tiene claro: “Hacer libros para niños, o como queráis decirle, es un
lenguaje para descansar de hacer de pintor de cuadros. Sin embargo, ¿no es realmente
un subterfugio para continuar siendo pintor, aún?” —declaraba en 1990 a la revista
CLIJ, Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil—. Y este interrogante aseverativo y
clarificador debemos hacerlo extensivo al resto de su producción calcográfica, serigráfica,
cartelística o de ilustrador de publicaciones periódicas. Boix no menosprecia ninguna
posibilidad de la plástica, en la línea creativa y plural en que también lo hicieron Toulose-
Lautrec, Picasso, Matisse, Goya o Dürer. Y el hecho de que se aplique con el mismo
entusiasmo, originalidad y perfección técnica en una u otra vertiente corrobora su
inclusión en cada una de las pequeñas o parciales historias del arte contemporáneo.
Si la primera época dorada de la ilustración de libros publicados en el estado
español fue a comienzos del siglo xx y tuvo como claro referente al valenciano José
Segrelles (Albaida, 1885), junto a otros como Rafael Penagos, Salvador Bartolozzi o
Lola Anglada, el boom cualitativo y cuantitativo, o segunda época dorada, está fechado
a partir de los años setenta y teniendo como referente a este otro valenciano, Manuel
Boix (l’Alcúdia, 1942), junto a otros como el ya aludido Calatayud, Lorenzo Goñi,
Miguel Ángel Pacheco o José Ramón Sánchez. Este punto de referencia en el campo
de la ilustración —de libros o de carteles—, Boix continúa ejerciéndolo ya empezado
el siglo XXI, aunque en el ámbito estatal se experimente un descenso de títulos —
por lo que respecta a libros infantiles—, motivado posiblemente por el influjo de las
nuevas tecnologías y por la dificultad que tiene el artista de mantener una línea propia
aun sabiéndose adaptar al discurso que cada texto propone. “Ilustrar es muy difícil”
—escribe Manuel Muñoz en el libro La pintura contemporánea del País Valenciano (1977,
Ed. Prometeo)—, “el libro produce no siempre efectos situacionales, sino que comunica
también estados de ánimo y percepciones nada fáciles de objetivar y que el pintor tiene
que intuir y reelaborar según su propia inteligencia, para luego ser transportadas al texto”.
Las ilustraciones infantiles, juveniles o para adultos de Boix, tanto las que hace
solamente con tinta china como los mayoritarios y minuciosos dibujos a tinta china
y acuarela, se caracterizan por un detallismo excelso y por el hecho que pasan a ser
auténticas secuencias cinematográficas cuando tiene la oportunidad de incorporar una
buena cantidad de dibujos. Solamente hace falta una relectura —o un vistazo— de
títulos como La metamorfosi, de Kafka, La serp, el riu, de Palàcios, Las seis faldas de la
abuela, de Barceló, Obiols, Terrades y Vidal, The magic well, de Silverman, o —entre
otros— los diversos Tirant lo Blanc.
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Manuel Boix, nada más finalizar en 1966 sus
estudios en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, vivió unos años a
caballo entre l’Alcúdia y Valencia, pintando cuadros y carteles desde el pueblo e
ilustrando libros desde la ciudad, en la misma pensión donde vivió mientras estudiaba.
Los primeros encargos fueron de las editoriales Doncel, Almena, Altea y Teide —éstas
dos últimas, auténticas pioneras en rigor y títulos del libro infantil y juvenil bien
ilustrado—. Sus primeros trabajos fueron hechos a cuatro manos, junto al ilustrador de
Aspe Miguel Calatayud: Manual del acampado, Verónica y compañía, Balada de un
castellano…, que se simultaneaban con colaboraciones para revistas juveniles como La
ballena alegre o para la renovadora enciclopedia infantil La Gran Travesía. Son ilustraciones
empezadas por uno y acabadas por el otro —o al revés— a partir de una planificación
a veces consensual y a veces anárquica, y donde se intuyen tanto las imágenes a líneas
perpendiculares y geométricas más propias de Calatayud como la precisión y las formas
redondeadas de las figuras de Boix. A partir de 1970, el trabajo en colaboración se
dificulta porque Boix deja la ciudad y cada uno emprende su camino.
Boix decide instalarse en su pueblo, l’Alcúdia, donde en 1972 se casará con Anna
Chornet. Es el momento del éxito editorial de Yo soy el fuego: las primeras treinta
ilustraciones a tinta china y acuarela de Boix que, con una clara estética pop, se pasean
por medio mundo publicadas desde diferentes editoriales y con los títulos Je suis le
feu, I am fire, Io sono il fuoco, Eu son o lume, Sóc el foc, Sua naiz, Wô shì huô,… Rompiendo
con el realismo de las imágenes decimonónicas del momento, aparecen los finos
dibujos a tinta china de los libros Cuentos de la edad de oro o El cangrejo de oro,
simultaneados con trabajos más coloristas —incluso de más compromiso— como Veles
y vents —donde el artista plástico tiene la oportunidad de ilustrar a los grandes escritores
de la literatura catalana—, los dos volúmenes de Literatura Infantil Universal, o el
repetidamente impreso 25 de abril. Dia de les Llibertats del País Valencià, que —de manera
significativa— empieza “No os creáis que la libertad sea solo una palabra. Es tan
importante que, si se mira bien, es equivalente con la vida”; y la edición prínceps de
Las seis faldas de la abuela, con —ni más ni menos— 131 ilustraciones a tinta china y
acuarela sobre cartón Schoeller, uno de sus soportes predilectos.
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A mediados de los años ochenta van sincrónicas sus ilustraciones para público
infantil o juvenil y adulto. Son los años en los que realiza los dibujos eróticos —casi
pornográficos— del poemario de Lluís Alpera Surant enmig del naufragi final y es el
tiempo del Acròstic de Josep Palàcios: un libro-catálogo que empieza un camino sin
retorno entre Boix y Palàcios, aún vigente, con la particularidad de que el artista
plástico presenta sus colecciones y exposiciones de obra nueva no con un catálogo
al uso, sino con un libro en el que literatura y plástica comparten espacio y protagonismo.
De esta guisa son los posteriores Alfabet, Otó, El laberint i les nostres ombres en el mur,
La línia obscura o El rostre · El rostro · The visage. Les meues veus contra mi mateix que
presentan las series pictóricas o exposiciones homónimas.
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En la ecuación Boix &
Palàcios podremos encontrar todo el abanico de posibilidades creativas por lo que
respecta al germen de los trabajos conjuntos: desde la primigenia existencia del texto
hasta la vida previa del dibujo —con la consiguiente adecuación literaria posterior—
o la creación en paralelo. A medio camino entre estas dos últimas opciones nació el
originalísimo y premiado La serp, el riu. Se trata de dos ilustraciones extremadamente
largas —de casi tres metros en la primera edición y de más de cuatro en la segunda—
, impresas en una única página de la misma longitud que está plegada en diecisiete
cuerpos y encuadernada en acordeón o a la japonesa, de manera que el libro se puede
leer cómodamente en bloques de dos páginas —par/impar— porque las letras están
integradas en la misma piel del reptil, y también es perfectamente legible estirándolo
en su totalidad. Se podría decir que La serp, el riu es el punto álgido de esta imagen
boixiana, que —de la misma manera que otros iconos de su imaginería particular—
se repite con múltiples variantes a lo largo de su obra sobre papel: el cartel Sempre
oberts. Sempre un llibre, la portada ¿Catalán contra castellano? de El Viejo Topo, la ilustración
Quisiera ser Browne para “Cultura/s” de La Vanguardia, etc. Este reptil, sus bucles y sus
caracoleos también nos simbolizan como Boix rodea, redibuja e reinterpreta cada
cierto tiempo y con distintas técnicas las figuras que ha escogido para su fantástico
viaje plástico: el niño de la postal, el perfil cortado, la pelota, la cigüeña, las manos perfectas,
la harpillera, la mirada de San Miguel…
La secuenciación fílmica antes aludida por la ilustración de varios libros —y que
también estará presente en la obra calcográfica Ocultació d’un artista a Nova York— ya
se había podido observar mucho antes en las viñetas irónicas y críticas que publicó
entre los años 1973 y 1976 en La Codorniz, cuando Álvaro de Laiglesia dirigía el
semanario español de humor más conocido y de más repercusión del siglo xx,
caracterizado por un humorismo innovador, surrealista, absurdo, desconcertante, crítico
y actual. Los dibujos de Boix en La Codorniz compartían espacio con los de Mingote,
Gila, Máximo, Chumy Chúmez y Mena, entre otros, y —con la excepción de sus
ocho primeras colaboraciones— siempre fueron firmados con el seudónimo Nelo.
Nelo, pues, atendía al tema que le proponía la dirección del semanario o le daba la
vuelta a cualquier noticia del momento, planificaba el story board, dibujaba las viñetas
y, finalmente —con la máxima ironía que el momento permitiese—, el escritor Josep
Lozano escribía los diálogos. A veces, las secuencias textuales las escribió el propio
Boix y también Melic, seudónimo para la ocasión del periodista y escritor Ángel
Sánchez Harguindey, con quien compartió portadas y contraportadas de la revista,
así como la preocupación por hablar ácidamente del franco-catolicismo, del destape, de
la apertura, de sindicalismo, de libertad, de la caída de las ideologías, de sexo… hasta
el punto que a alguna figura femenina dibujada desnuda por Nelo se le pintó encima
un bikini para eludir la censura.
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Las cerca de setenta colaboraciones periódicas con La Codorniz propiciaron que
la sala Adrià de Barcelona preparase para la primavera de 1976 una exposición con
los dibujos originales —tinta china sola y con acuarela, sobre cartón—. Joan Oliver
(más conocido por su seudónimo Pere Quart) escribió el artículo para el programa
de mano de la exposición. Pero la sala tuvo que cerrar justamente unas semanas antes
de la fecha prevista para la inauguración, los dibujos se quedaron por enmarcar y el
texto por imprimir. Dada la importancia de quien lo escribió, pensando que se trata
de unas líneas inéditas, con la oportunidad que nos brinda —ahora sí— la exhibición
pública por primera vez de estos originales, y por la clarividencia del contenido, vale
la pena reproducir en su integridad algunos de estos párrafos de Oliver/Quart no
publicados nunca hasta ahora:
“…los manuales aseguran que el arte humorístico, satírico, paródico, tanto en
plástica como en literatura, es un arte menor. No siempre, digo yo.
En primer lugar podemos constatar una cosa: en nuestro maltratado país,
el humor gráfico ha sido la vanguardia en la pugna que la prensa con bozal
incoó subrepticiamente, en días aún bien negros, contra unas formas de vida
social y política propias del colonialismo decimonónico. Unos censores dichosamente
obtusos —¿o quizá quintacolumnistas? — dejaron pasar de matute un
cierto periodismo gráfico malintencionado, un periodismo mudo o con leyenda
de doble corte, que los pequeños catones —los que mientras tanto se encarnizaban
con la palabra escrita— consideraron como un juego inocente. ¿Quien discutirá,
pues, los méritos y la importancia social, y por lo tanto humana, de un género
que ha sido uno de los pioneros del trastrueco salvífico que cada vez parece más
insoslayable? Sí, el humor, el mal humor, de los dibujantes abrió la brecha.
Ahora bien, todos lo hemos visto y aún lo vemos: no pocas veces este
humor ha sido y es comunicado en formas de una extrema indigencia expresiva.
Muñecos en la acepción más triste de la palabra, sin traza ni maña, de una
ingenuidad de persona mayor, frustrada. El dibujo es apenas un inválido servidor
de la leyenda.
Miremos ahora, en seguida, los cartones de Manuel Boix. Encontramos
oficio, fruto de una vocación y de un aprendizaje feliz, sentido armónico de
la composición, fantasía de alas poderosas, deformaciones a veces teratológicas
de la figura humana, pero siempre bien arraigadas a la anatomía, intuición o
dominio de los ardides y los alicientes que la publicidad exige y, finalmente,
un amor por el color y por la decoración que parece pedir grandes espacios
y que a menudo llega a la suntuosidad y al lujo. (El lujo, la corruptora excrecencia
de la sociedad burguesa; el lujo que sólo el arte puede redimir).
Y aun diré más: he descubierto —así me lo parece— en este Boix que
hoy admiramos, un cierto aire rabelesiano, unas posibilidades de ilustrador up
to date de los clásicos del erotismo; o de escenógrafo de ballet cómico y de
gran revista.
¿Tardará mucho, el Boix que firma con el seudónimo de Nelo, a proyectarse
más allá de las fronteras, hacia el ancho mundo? Pienso que habría que espolear
este incontestable poder de creación para que encuentre las circunstancias que
favorecieron una completa apertura.”
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Los dibujos en La Codorniz y la repercusión de sus primeras exposiciones de obra
plástica en Barcelona de 1971, 1974, 1976 y 1978 propiciaron que dos revistas míticas
como El Viejo Topo y Quimera —publicadas desde Barcelona pero de ámbito estatal—
le encomendaran la realización mensual de sus portadas. Y no estamos hablando de
cualquier cosa: El Viejo Topo representaba la renovación del mundo de la prensa
periódica y, con perspectiva crítica, abarcaba temas económicos, sociales, culturales,
de la ciencia, del poder y de su negación, de la política y del pensamiento; y Quimera,
Revista de literatura, suponía el rigor de la actualidad literaria, potenciando siempre el
conocimiento de las temáticas novedosas y de las líneas literarias menos conocidas.
Con El Viejo Topo, Boix se imbuye de actualidad y refuerza su capacidad crítica, y
Quimera le permite leer, conocer e ilustrar obras de los mejores escritores internacionales
de la época: Julio Cortázar, Constantin Kavafis, Paul Valéry, Mario Vargas Llosa, Virginia
Woolf y —entre otros— el polémico y comprometido Heinrich Böll, premio Nobel
de literatura. Y, desde la óptica del receptor, tanto una revista como la otra viabilizan
que mes tras mes —con extrema puntualidad— los ciudadanos españoles más
comprometidos social y culturalmente reciban un Boix en sus casas, en reproducción
offset y a cuatricromía. También en este período colaboró con otras publicaciones
más frívolas, como Siesta, Bazar y Teresa.
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La imprenta industrial pasa a ser clave en la función de familiarización con el arte
y popularización del arte. La ilustración de libros fue justamente la precursora del
desarrollo pictórico que empujó el nacimiento del cartel, pasado el ecuador del siglo
XIX. “El cartel artístico es la más popular de todas las artes i el más genuino arte de
masas”, escribió uno de los cartelistas valencianos que también ha pasado a la historia
del cartel, Josep Renau (Función social del cartel. Fernando Torres Editor. 1976). El cartel
debe comunicar, debe impactar y debe conectar con el público. Y Boix sabe cómo
hacerlo: sin estridencias, renegando de la oscuridad, pasando olímpicamente de las
modas, con un lenguaje popular pero también con una maestría técnica envidiable,
imbuido de documentación específica y rigurosa del tema que debe publicitar,
planificando con los esbozos que sean necesarios y, siempre —intuyo— pensando
que, pasado el hecho objetivo que propicia el cartel, éste debe continuar siendo bonito
y deseable. La mayoría de los carteles de Boix nos ofrecen la dualidad de un impacto
sensorial directo o veloz, en principio, y de un goce reflexivo o lento, en su atenta
observación; y por esta segunda posibilidad es por lo que el cartelista se permite el
detalle extremo y la inclusión de frases, lemas, versos y proclamas textuales que ayudan
a alargar y perpetuar la vida del cartel. Podría pensarse que Boix ha sido afortunado
en los carteles que le ha tocado diseñar, o bien podríamos especular que ha sabido
escoger las materias que le gustan… pero lo irrefutable es que su trayectoria vital y
de preocupaciones personales se conjugan perfectamente con su cronología cartelística.
Como aperitivo, puede servir el primer cartel que le editaron, Aplec de la Ribera.
Homenatge a Joanot Martorell, en 1969, donde se reunen la pasión por sus entornos
geográfico y cultural y —muy concretamente— por la literatura. Y por qué literatura!
Como curiosidad —o para completar el pleno al quince– está la anécdota que la ausencia
de patrocinadores institucionales de la época impulsó al propio Joan Fuster a poner unas
pesetas para sofocar los costes de impresión del cartel y de realización de este acto.
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Entre sus primeros carteles, también destaca una litografía —a la manera de Jules
Chéret— y un collage firmados ambos junto a Heras y Armengol a raíz de sendas
exposiciones donde Boix, Heras y Armengol compartían metros cuadrados de espacio
físico y —como ahora descubrimos— centímetros de superficie publicitaria. Estas dos
ocasiones, la serigrafía Entre els tres y la recopilación de serigrafías y textos Lligat i
lacrat, son las únicas obras en las que la terna de artistas trabajan “a seis manos” en toda
su extensión.
La primera hornada de carteles de Boix se caracteriza —entre otras cosas— por
la probatura y cambio constante de técnicas: encontramos litografías, carteles de
impresión tipográfica, cuatricromías en offset, serigrafías —majestuosamente grande
es la que anunciaba una exposición suya en Zaragoza—, collages, composiciones a
partir de su propia obra plástica, impresiones a una sola tinta y —obviamente—
originales a tinta china y acuarela. Los carteles y las técnicas influían en el resto de
su obra plástica y viceversa: la atenta mirada a estos primeros años nos muestra la
evolución del Boix-pintor porque nos enseña desde el Boix nuevo realista que anuncia
el espectáculo Sang i ceba, la Escola d’Estiu y los Rescontres de la mer: Rencontres Musicales
Mediterranéennes o La croisade. Centre Dramatique Occitan —primeros encargos desde
Francia—; al Boix más folk y arraigado a su tierra que se vislumbra en los carteles para
las fiestas de 1979 de Bellreguard, el del Primer Congrés de la Federació de Treballadors
de l’Ensenyament o los múltiples con los que el grupo Al Tall ha empapelado las paredes
de nuestras ciudades y las habitaciones de muchos jóvenes valencianos —imágenes
que también eran la portada y contraportada de todos y cada uno de sus discos—;
hasta llegar al Boix que presenta parte de su propia imaginería en los carteles de la
Primera setmana de les lletres valencianes y del V Concurs Internacional de Piano “José Iturbi”.
Es este cartel un caso singular —pero no el único a lo largo de la historia de la
cartelística de Boix—, donde el magnetismo entre la imagen y el contenido que se
quiere anunciar es de tal magnitud que la institución convocante —Diputación de
Valencia—, que cada año encomendaba un nuevo cartel a un artista plástico distinto,
modifica su propósito inicial, fija y oficializa esta imagen de la ala y el piano como el
icono representativo del concurso y del curso de piano “José Iturbi”. Así pues, desde
hace más de veinte años, cada temporada se imprimen cuatro mil nuevos carteles con
la única modificación del número de la convocatoria y de las fechas. Y la reproducción
de la acuarela original no se limita a su plasmación en formato grande, ya que la misma
imagen se emplea para la publicidad en prensa, para los programas de mano, para la
portada de las carpetas y publicaciones del acontecimiento, etc. Este efecto multiplicador
es extrapolable a casi todo el resto de carteles, tanto los dirigidos a un público concreto —cursos, congresos, exposiciones específicas... — como, sobre todo, los dirigidos a
un sector mucho más amplio de población —las películas de Carles Mira Jalea real y
Con el culo al aire, ésta con Ovidi Montllor y Eva León de protagonistas, VI Festival
Internacional de Pirotècnia, Al Tall. 10 anys, Matí de festa, etcétera—.
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En 1978 entra en casa de los Boix-Chornet el primer tórculo y este hecho abre
dos nuevas dimensiones en la obra de Boix: la de grabador y la de creador de obras
de bibliofilia o de libros de artista. Ya en la escuela de Bellas Artes había destacado en
el manejo y control del buril, dúctil a la instrucción del profesor Ernest Furió y
haciendo las primeras probaturas de aguatintas, puntas secas, grabados al buril y
aguafuertes. Ahora, con la prensa de estampar en casa, tenía las oportunidades de
democratizar algunas de sus obras —lo que la historia del arte llama “grabados de
reproducción”—, así como de crear expresamente obras de arte por medio de esta
técnica de impresión. Es, sin duda, en estos “grabados originales” —en la línea creativa
de Lucas van Leyden, por ejemplo— que su obra sobresale y reluce con luz propia:
Ocells Miralls, Coloms, y otros de la serie Pintar la mar, advienen populares y —incluso—
convencen al pintor para su traslado al lienzo, con la misma facilidad que las telas Cicle
de maig, Torç tallat o Perspectiva verdadera se convierten en grabados.
Además, pero sin dejar de emplear las tintas LeFranch —primero— o Charbonel —después— sobre papel Super Alfa de Guarro —casi siempre— y habiendo hecho
la incisión sobre planchas de cobre —eso sí—, un grabador enamorado de la literatura
no podía ser ajeno a uno de los fenómenos que, junto al dadaísmo, más han revolucionado
el arte del siglo xx: le livre de peintre. El libro de artista —o libro de bibliófilo
contemporáneo en el que imagen y texto son autónomos, equivalentes y al mismo
tiempo complementarios— fascina al de l’Alcúdia y lo hace copartícipe de una
veintena de esmeradas ediciones, compartiendo responsabilidad y títulos de crédito
con Joanot Martorell, Joan Fuster, Josep Palàcios o Vicent Andrés Estellés. La hazaña
bibliófila del siglo pasado ha propiciado parejas como Pierre Bonnard y Paul Verlaine —que con Parallèlement realizan uno de los más bonitos libros de pintor—, Francisco
Borés y Federico García Lorca, Joan Brossa y Antoni Tàpies, Josep Maria Subirachs
y Salvador Espriu, o Paul Jouve y Rudyard Kipling, los cuales consiguen con El libro
de la selva —me atrevo a constatarlo— un golpe artístico y de trascendencia semejante
al que consiguió el Tirant lo Blanc de Boix —y de Martorell, y de Galba..., y de
Palàcios— de Edicions A la Tercera Branca.
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Muchas veces se ha escrito que esta pulcra edición —con cuarenta y ocho aguafuertes
originales— es el mejor trabajo que la denominada Imprenta Valenciana haya podido
alojar. Por primera vez en la historia de la novela, sus ilustraciones estaban a la misma
altura que el texto. Y la crítica, el público y las instituciones lo aplaudieron unánimemente
desde 1979, en que apareció el primero de los cuatro volúmenes, pasando por 1986,
en que apareció el cuarto y último tomo, y hasta la actualidad, en que se están terminando
de encuadernar. Los aguafuertes de Boix para el Tirant —algunos de medidas más que
considerables— desde entonces han sido expuestos sin prácticamente interrupción en
cerca de cuatrocientas ocasiones, en todas las comarcas valencianas y también por las
grandes ciudades de España, Francia, Alemania y los Estados Unidos de América. De
forma curiosa, en infinidad de ocasiones algunos de estos grabados han servido para
ilustrar artículos sobre literatura, teatro e historia; han sido la escenografía de los conciertos
de la Capella de Ministrers y de Al Tall; han sido la imagen previa de la reciente película
homónima dirigida por Vicente Aranda —cuyo cartel aprovecha precisamente las letras
capitales diseñadas ad hoc por Boix y Palàcios—; han imbuido los movimientos de cámara
y diversos de los encuadres del mismo largometraje; han funcionado como cabecera
gráfica del programa televisivo Furtivos de la historia; son el leit motiv para la creación de
una performance plasticoescénica de la compañía de teatro Copia Izquierda; y han acompañado
la versión del Tirant lo Blanc de Francesc Machirant (Ed. Bromera) que ya va por la 45ª
edición, sobrepasando los 145.000 ejemplares.
Los ochenta están llenos de colaboraciones plasticoliterarias con el tórculo como
nexo coadyuvante. Pero también esta artesana maquinaria y —obviamente— quien
la conduce, sugestionan toda una amplia cantera de jóvenes artistas valencianos que
recalan algún tiempo junto al maestro grabador. Como si se tratara de una renovada
Academia rafaeliana, con el tórculo de Boix han hecho sus probaturas y prácticas Enric
Solbes, Joan Verdú, Oreto Cruzà, Adrià Pina, Vicent Marco..., y también el propio
tórculo ha servido para estampar la obra de otros artistas como Manuel Gil, Genovés,
José Hernández..., ahora —ademàs— bajo la atenta mirada y el cuidado del que
tipográficamente se ha encubierto como VIA 1, porque también colaboraban Vicenta
Chornet, Isaac Blasco y Anna Chornet.
El período de casi cuatro años en que Manuel Boix vivió y trabajó en Nueva
York (1987 a 1990), le reportó interesantes trabajos como ilustrador de cuentos de
la literatura angloamericana (entre otros The magic well –con profusas y detallistas
acuarelas– y The magic box –publicado simultáneamente en los Estados Unidos de
América y en Canadá–), así como el privilegio de ilustrar tanto Don Quixote, de
Cervantes, para la editorial Steward Tabori & Chang, de Nueva York, en versión inglesa
de Magda Bogin, como Tirant lo Blanc, de Martorell y Galba, para Edicions Proa, de
Barcelona, en versión de Maria Aurèlia Capmany. Nuevamente un doble camino.
Desde Nueva York, participaba del conocimiento de la vanguardia plástica internacional
y se ocupaba de tareas —en ese momento— imposibles de obtener desde cualquier
otro lugar, pero no olvidaba el vínculo —y el trabajo— con su país.
La belleza, la claridad y la brillante composición de las ilustraciones de este
período perfectamente podrían haber inspirado a Lewis Carroll a escribir esa mítica
frase que pronuncia la protagonista del libro Alicia en el país de las maravillas: “¿Y de
qué sirve un libro sin dibujos?”.
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Boix mostró algunos de sus trabajos en la redacción del The New York Times,
donde fue a presentarse. Parece que los directivos del periódico lo tuvieron claro al ver los primeros dibujos, porque consiguieron pasar todas las barreras decisorias de la
empresa en el escaso tiempo en el que Boix dejaba la sede del periódico y volvía a
su loft de Harrison Street. Como las publicaciones neoyorquinas tienen tiradas altísimas,
casi todas las editoriales disponen de un férreo sistema de visto buenos sometido a
criterios artísticos, económicos, de marketing, de conveniencia política…, que Boix
logró superar en un trayecto de metro. En el mismo momento de entrar en casa ya
le estaban llamando para contratarle. Las colaboraciones regulares de esos años fueron
tanto para el diario como para la revista literaria The New York Times Book Review:
dibujos a tinta china de medidas más bien reducidas donde debía condensar/ilustrar
artículos de opinión política y críticas literarias, y siempre a un ritmo vertiginoso.
El trabajo de cartelista vinculado a su tierra, durante estos años, vino marcado
por una serie de polémicas localistas nunca buscadas expresamente por el pintor, pero
tampoco rechazadas nunca por él. Al fin y al cabo, un trabajo artístico discutido siempre
goza de una repercusión y de una reflexión que hay que considerar. En 1987, los
respectivos ayuntamientos de Valencia y de Alcoi —por diferentes motivos— desconvocan
los tradicionales concursos de carteles anunciadores de las Fallas y de las Fiestas de
Moros y Cristianos y confían en Boix el diseño de estos festejos. Son los años en los
que se quiere infundir un poco de modernidad a la poco renovada tradición festera,
y Boix cumple con los encargos. Desde la comarca de l’Alcoià, se hace broma y
escarnio del dedo pequeño de la mano del sultán que protagoniza el cartel —habéis
leído bien: del dedo auricular—. Desde l’Horta de Valencia, un reducido sector de
población y de capacidades e intereses heterogéneos, tildó de inapropiada la obra por
estar alejada de los preceptos establecidos y de las convenciones falleriles. Desde que
en 1929 se instauró la costumbre de un cartel anual para la fiesta fallera, solamente
José Segrelles y Manuel Boix lo habían realizado como encargo, sin pasar por una
convocatoria previa. Y no era un buen camino… según los que controlaban el concurso.
El tiempo, sin embargo, “pone las cosas en su lugar”, ya que se trata de dos carteles
que se agotaron rápidamente y que —en estos momentos y por lo que respecta al del
dedo— está buscado y bien pagado en la reventa del mercado festero alcoyano.
Otro de los controvertidos carteles fue Tirant lo Blanc. 500 anys. 1490-1990, cuyo
original es un bajo relieve en yeso y acrílico tres veces más pequeño que la propia
impresión y que —afortunadamente— hizo el trayecto aéreo de Nueva York a Valencia
envuelto entre los brazos de Palàcios. Y la discusión no fue tampoco de cuestionamiento
plástico: ahora se trataba de la valencianización del apelativo Blanc, aquí trabajado en
el yeso sin la h, en justa correspondencia con lo que por esos días preconizaba —en
línea universitaria y académica— el perseguido estudioso David H. Rosenthal. El cartel
fue presentado con todos los honores en el Salón de los Espejos del Ayuntamiento
de Valencia, pero en seguida se censuró —o autocensuró— su distribución.
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Los últimos carteles realizados desde América (10 Mostra de València. Cinema del
Mediterrani y Saó) representaron una mezcla figurativa y colorista-constructivista, en
constante investigación y probando con materiales diversos: polvo de mármol, papeles
adhesivos, etc.
La aventura norteamericana comportaba colaboraciones singulares, como el
encargo que le hizo la UNESCO, el contacto con otras editoriales internacionales o
que fuera seguido de cerca por la prestigiosa revista Graphis International, la cual le
dedicó unas páginas con sus correspondientes elogios; pero la permanencia en Nueva
York también suponía los riesgos de educar a sus dos hijos —Nelo y Anna— en un
plan de estudios diferente al de su país, y no siempre convalidable.
La decisión fue unánime y firme de toda la familia, que se instalan definitivamente,
empezando la nueva década de los noventa, en su casa de l'Alcúdia —en la Ribera
Alta del Júcar— en una singular edificación de ladrillo de cara vista.
Estos serán unos años bien marcados por su trabajo escultórico —y también
pictórico— de la serie El punt dins del movimient. El juego de pelota, con que será
presentado en la Exposición Universal de Sevilla, Expo ‘92.
Muchos de sus carteles serán composiciones a partir de fotografías de sus propias
esculturas (Trofeu de pilota. Dia de la pilota valenciana o Cinc segles de música valenciana),
y otros pósters presentarán obra tridimensional creada ad hoc para verse impresa en
superficie llana (Els Borja, valencians universals o Dia Mundial del Teatre). La interrelación
a que está sometida la obra de Boix y el éxito plástico de estos dos carteles propiciará
la ampliación a tamaño natural de las inicialmente reducidas esculturas de los Borja, y
la multiplicación de la escultura protagonista del otro cartel, que pasa a ser la anual
estatuilla de las diecinueve modalidades de los Premios de las Artes Escénicas de la
Generalitat Valenciana. Sin embargo, la parte principal de la cartelística de Boix continúa
ejecutándose a la tinta china y con acuarela, con puntuales colaboraciones del gouache
y del pan de oro a la sisa.
También ahora, numerosos grabados reinterpretan algunas de las obras emblemáticas
de bronce o piedra de las series en las que trabaja al principio de los noventa
(Columna sobre Narcís, El posat o Arc del triomf); sin embargo, en justa correspondencia
con lo que significa una cultura de calidades transformadoras consciente de su
realidad y contexto, crea magníficos aguafuertes que tienen el peso comunicativo
en la bidimensionalidad del dibujo y que se alejan de reproducciones y versiones,
siendo plenamente nuevos (A l’espera; El tronc, pilar fonamental; Màscara o Lo temps és tal que tot animal brut, para el esmerado libro de artista Nou gravadors valencians
interpreten Ausiàs March).
Es este un período en el que gran parte de su obra calcográfica es estampada a
dos o más tintas a la poupée, incluso con posteriores iluminaciones con acuarela, que
convierten cada ejemplar seriado casi en una obra única. Se trata también, en muchas
ocasiones, de hacer pasar bajo el tórculo y con novedosas texturas —como golpes en
seco o collages— toda esa imaginería de Boix antes mencionada: perfiles cortados, alas
cuarteadas, etc.
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En un final de siglo en que empezaban a ser esporádicas las incursiones calcográficas
de los artistas plásticos contemporáneos, es alentador comprobar que la historia del
grabado continúa escribiéndose con nombres como el del ceutí José Hernández, el
mexicano Juan Soriano, los Antonis catalanes —Tàpies y Clavé—, el francés Françoise
Marechal y —entre otros, pero de una manera destacada y clara— Manuel Boix.
Parecía predestinado —si me permitís la broma, haciendo honores a su apellido—
que este artista se implicara impertérrita y magistralmente con la calcografía. Boj (boix
en valenciano), según el diccionario, es “arbusto de las buxáceas (Buxus sempervirens),
de hojas ovales, pequeñas, coriáceas, opuestas y persistentes, cuya madera se emplea
en tornería y para hacer grabados”.
Dentro de la trayectoria pictórica de Boix, el siglo XXI empieza con la inauguración
de la majestuosa Cúpula de la Ribera (en la Casa de la Cultura de l’Alcúdia) y con la
potente serie El rostro, la cual también se reflejará en diferentes serigrafías de grandes
proporciones y tendrá el reflejo de técnicas y de imágenes en su obra cartelística
reciente (XIV Reunión Nacional de Cirugía o Institut d’Estudis Catalans. 100 anys) y de
bibliófilo (Quatre relats y, sobretodo, Les tragèdies de Macbeth i de Juli Cèsar shakespearianas).
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En los pocos años que llevamos de nueva centuria, Boix continúa infatigable y
prolífico delante del cartel, inmerso en proyectos históricos (L’Alcúdia, 750 anys o
Basset, General de l’Exèrcit Maulet), publicitando teatro (Vodevil), difundiendo música
(Al Tall, 25 anys o XXV Setmana Internacional de Música de Cambra de Montserrat),
anunciando cine (Las alas de la vida), amplificando la ciencia (Jocs florals a Cavanilles)
y creando la imagen de diferentes acontecimientos y aniversarios singulares.
La inquietud artística y técnica le lleva a experimentar incluso en las proporciones
de sus carteles. Resulta curioso observar como un cartel de medidas tan extrañas e
inusuales –aparentemente poco práctico– como el del II Aplec d’Algemesí de Cultura
d’Arrel Tradicional (que mide 34 cm de alto x 89,5 cm de ancho) en sus manos pasa a
ser una perfecta medida áurea que precisamente ve reforzado su efecto llamativo por
su formato atípico. Se podría decir que Boix crea para cada caso la idónea medida áurea, desatendiendo la matemática de las artes académicas, pero teniendo en
consideración la ilustración concreta que quiere hacer, tanto si se trata de un cartel
como si se trata de un libro o de su renovada participación en la prensa periódica.
Desde finales de 2005 que Boix ha vuelto a ilustrar semanal y rigurosamente, ahora
en la sección “Cultura/s” de La Vanguardia, donde aclara e instruye con una sola viñeta
la crítica a libros científicos que escribe el biólogo y periodista Martí Domínguez.
Esta semanal ilustración, dibujada exactamente con la misma medida en la que debe
ir impresa, nos ratifica la ciencia —y la naturaleza y la ecología— como una de sus
preocupaciones vitales, y también —por las dimensiones del original— nos hace ver
que el artista se afianza en su sempiterna idea de dibujar tal como quiere que lo
veamos los espectadores. En el mundo de la ilustración impresa es bastante común que
el dibujo original sea —incluso— un cincuenta por ciento más grande, de manera
que la reproducción, una vez reducida, gana en detalles y minuciosidad. Pero Boix
prefiere poner de su mano, directamente, el detalle, el requisito, la concisión, y controlar
plenamente el resultado final. Incluso, esta atención y virtuosismo extremos ha permitido
que algunos de sus dibujos para carteles o libros hayan sido impresos mucho más
grandes de lo que originalmente fueran creados, y sin perder ni lo más mínimo.
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Por lo que respecta a libros ilustrados, además del interés de las nuevas versiones
del Quijote —inmerso también en la efeméride que representó el cuarto centenario de
la novela—, es destacable la revisión y la ampliación que hizo de sus propios dibujos a
la tinta china y acuarela del Tirant lo Blanc. Para una versión textual de marcado carácter
juvenil escrita por Palomero, Boix añade treinta nuevas ilustraciones a las cincuenta que
ya hizo para una edición anterior. De una manera excepcional, como rara avis, aquí Boix
hará tanto ilustraciones a mano como composiciones con ordenador a partir de dibujos
suyos, y convertirá este proyecto tirantiano en una de las indiscutibles obras maestras de
esta vertiente creativa y plástica que es la contemporánea ilustración de libros. Tal como
comentábamos ahora mismo, esta edición simultánea de Edicions Bromera y de Algar
Editorial es uno de esos ejemplos en los que el dibujo reproducido es más grande que
el original, pero el lector no se entera, no se pierde nada de nada, porque la minuciosidad,
el equilibrio de colores, la claridad y el orden se mantienen inalterables.
En este nuevo milenio, también el tórculo de Boix continúa impertérrito y capaz
de motivar al artista a trabajar nuevos grabados, bien inmerso en la serie más reciente,
El rostro, de donde saldrán recreaciones que remiten directamente a su obra pictórica —Rostre a l’ombra de Rimbaud—, como —sobretodo— reanudando y revisando
imágenes de series anteriores, pero pasándolas por el tamiz de la materia dibujada —de los falsos relieves corpóreos— que caracteriza parte de su producción actual.
El aguafuerte a una tinta Un tamany diferent… un color diferent… es un buen ejemplo
de engañosa —e ingeniosa— incorporación matérica, aquí remarcada por Boix por
una coloración —o iluminación— con acuarela. Otros particulares encargos motivan
a su calcografía a aproximarse a la obra de Ribalta —Sant Jaume—, y a hacer nuevas
e impactantes imágenes perforadas raya a raya sobre el cobre —como los dos aguafuertes
para una minuciosa publicación de la Asociación de Bibliófilos de Barcelona—.
Estas líneas se escriben en el mismo momento en que la serie El rostro está en
el ápice de la creación de Boix, y son presumibles inéditas incorporaciones calcográficas,
serigráficas, litográficas, cartelísticas e ilustrativas donde serán protagonistas el color
negro —base de todos los pigmentos—, los impactantes primerísimos planos y las
sorprendentes dimensiones de sus trazos. Manuel Boix continúa trabajando a un ritmo
vertiginoso en su taller de l’Alcúdia y —también— en su propia casa, el ya mítico
número 10 de la calle Sant Pere de l’Alcúdia, donde es muy fácil encontrar —con
un café en la mano— escritores, cineastas, políticos, gestores culturales,…, y artistas
plásticos, escénicos y musicales, que acuden para contar cualquier proyecto o,
simplemente, tener una charla amable, sensata y profunda.
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A MODO DE “JUSTIFICACIÓN DE LA TIRADA”
El hecho de que la obra gráfica e impresa de Manuel Boix tenga una vastedad más
que considerable facilita que se puedan crear tantas exposiciones como se quiera, con
la práctica certeza de hacer gozar al visitante —o espectador—, pero la dispersión/
internacionalidad a la que ha sido sometida esta obra dificulta su encuentro, la
catalogación y —si es necesario— el traslado.
Siguiendo la línea de Boix de huir de lo más simple, repetido y fácil, el catálogo
tiene un claro sentido de agrupación por técnicas/géneros —primero— y cronológico —después—; y la exposición —contrariamente— está subdividida atendiendo a cuatro
preocupaciones básicas en la obra de Boix y en su propia vida: las Artes (plásticas,
escénicas, musicales y cinematográficas), la Literatura, la Historia, y la Ciencia y la
Ecología. En cada uno de estos cuatro ejes temáticos se mezclan técnicas y soportes
con la intención —una vez más— de hacer patente la interrelación de unas vertientes
artísticas con las otras.
He tenido una suerte y un placer inconmensurables al haber podido realizar
la catalogación junto a la historiadora del arte y restauradora Anna Boix, sin la que —indiscutiblemente— hubiese sido imposible acceder a determinada información
y ubicación actuales de las obras. Incluso, por lo que respecta a la catalogación de
carteles, es justo reconocer que nos hemos basado en una lista preparada hace años
por ella misma en connivencia con Gemma Ros.
El catálogo que el lector ahora tiene en sus manos ha sido cuidadosamente
diseñado —página a página— por el mismo Manuel Boix, ha tenido en cuenta algunas
consideraciones tipográficas indicadas por Josep Palàcios, ha disfrutado del apoyo
técnico de Víctor Gimeno y se ha impreso —una vez más con letras Bembo— sobre
papel Freelife de la casa Fedrigoni —porque los libros y catálogos de Boix tienen
vigilados todos los detalles—. En la primera parte del catálogo se recogen diferentes
textos escritos ad hoc por varios escritores que —sobretodo— comparten la amistad
con el artista plástico y que —por una cosa u otra— han escrito anteriormente sobre
su obra e incluso le han encomendado la portada de alguno de sus libros (como el
crítico de arte y catedrático Romà de la Calle), comparten la responsabilidad semanal
de una página en la prensa escrita (el periodista y biólogo Martí Domínguez), le han
comisariado alguna exposición y les ha ilustrado algunos libros (el profesor Vicent
Josep Escartí), le han encomendado determinadas carpetas de grabados y de serigrafías
(el crítico de arte, académico y doctor en medicina Manuel Muñoz Ibáñez), han escrito
para su obra —y al revés—, y han diseñado conjuntamente libros y carteles (el erudito
y bibliófilo Josep Palàcios), y algún texto suyo ha sido ilustrado por Boix (el periodista
y autor Manuel Vicent). La segunda parte del catálogo corresponde a las listas de toda
la obra gráfica e impresa, atendiendo por orden cronológico las siguientes vertientes de
la plástica: calcografías, serigrafías y litografías, carteles, obras de bibliofilia, libros
ilustrados, ilustraciones para diarios y revistas, y, finalmente, portadas de libros y de
discos. Se han dejado al margen —deliberadamente— los trabajos de diseñador de
libros o revistas (de la revista Batllia y, entre otros, del libro de bibliófilo Blai Bellver.
Materials xilogràfics de la seua impremta a Xàtiva, etc.), así como los encargos esporádicos
de diseñador de la envoltura de botes de conserva o de logotipos diversos, ya que estas
aportaciones se alejan del concepto primigenio de la exposición, aunque abre otros
caminos al trabajo de ilustrador/publicista, en la línea que trabajaba Keith Haring.
Se ha seguido el criterio de fechar exclusivamente la primera edición, y —con
la intención de no repetir imágenes— se ha priorizado lo que fue el primer uso de
la ilustración por delante de los usos secundarios que haya podido tener o de las
repeticiones de la misma imagen en otros formatos, apoyos y técnicas. Para entendernos:
si un cartel pasa a ser posteriormente serigrafía o grabado, solo está catalogado como
cartel, aunque en la ficha aparecerá la indicación correspondiente.
Se ha catalogado exclusivamente lo que ha sido creado o recreado directamente
por Manuel Boix con esta concreta intención, y no todos los usos que en manos de
otros han tenido muchas de sus populares imágenes. Esta segunda opción es ya, en
estos momentos, prácticamente inalcanzable y requeriría un estudio minucioso,
persecutorio y lento que dejamos en manos de quien quiera hacer una tesina o una
investigación en profundidad, a la que, desde aquí, le aportamos seis pistas cartelísticas
por donde seguir —o empezar— el rastro: Gardanne en musique. France, de 1981,
reimprime una de las primeras ilustraciones a la tinta china de Boix; Patrimonio Artístico
de la Diputación de Albacete, de 1999, reproduce el aguafuerte Miralls, de 1985; 9 d’octubre.
Autodeterminació amplifica un dibujo del libro El Dia Nacional del País Valencià, de 1980;
II Setmana per la llengua a Dénia, de 1996, copia el cartel hecho el 1979 para el Primer
Congreso de la Federación de Sindicatos de la Enseñanza; Semana por la lengua de
Xàbia, de este año, aprovecha la portada del libro Tirant lo Blanc, de 2005; y, también
este mismo año de 2006, el cartel I dialoghi de San Giorgio. Martiri, de la italiana
Fondazione Giorgio Cini, toma la imagen Martiri de Sant Sebastià, un carboncillo sobre
tela de 1973 que sugirió dos correspondientes realizaciones serigráficas en los años
1973 y 1977.
Y que os lo paséis tan bien viéndolo como nosotros preparándolo. Buen provecho…
y buenos recuerdos.
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[vover a la portada de Obra gráfica e impresa]
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