MANUEL BOIX

 

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PERVERTÍOS: SED LIBRES Y GENEROSOS” (AD EPHEBS. [EFESIOS O NO], no recuerdo ahora qué versículo, ni si se conserva sólo uno, y en esta coyuntura, si podría ser considerado el primero o el último, como un programa de acción o como una conclusión indeclinable). Con P de principio, de provocación que hace abrir los ojos y una ansia liberadora, de un identificador/autoacusador P. Moi-même, como me he epigrafiado en algún lugar, montaignianamente, pero no por ninguna convicción autopromocional ni hereditaria, sino por esbozar un fantasioso caracol heráldico-esencialistoide con una inscripción inquietante. La letra capital en cuestión -cada cual lleva la suya como el propio destino, o las uñas de los pies, o la aflicción, un poco más ornamentalmente si se complace en los juegos de dados que bordean el campo del arte- no admite, aquí, más que una alternativa equilibrada, obviamente: la B, y dejemos la cola exótico-moral de las palabras dentro de la inminencia. Otro ejemplo, ya bifurcado: en un libro, escrito e ilustrado, del que no tendré tiempo de hablar con incisiones minuciosas, Frontissa, la parte inicial se encabezaba con una P y la segunda con una B. No por azar, y salto a la vanguardia del combate, por exhibicionismo, por arrogancia: P y B, bajo la letra que inaugura el Alfabeto -otra referencia puntual, como ya se verá-; los Autores, en su sitio, entre la Altura y el Abismo. En este segundo caso y en el de la apertura, un cartel inmensamente carnal y gallardamente desplegado de B, donde por primera vez aparece una frase de P, los contenidos se afirmaban de manera recíproca y desafiadora desde cada individualidad. La leyenda de la fachada era eso: al mismo tiempo desmesura y encogimiento, aunque no lo parezca, medio enmascarada una cara de la obra en la otra, bajo la amenaza de una censura no muy lejana, de un presente turbio en el que una chispa meramente estilista podía ser apagada, supongo que por temor a perder el cargo remunerado, por el político más mezquino del escalafón, aunque la víspera hubiese hecho tu panegírico ante sus cofrades de partido. Secreta, como algunos amigos/críticos suelen calificar la literatura de P, ¿no lo es también, más o menos, la imaginería de B, entre la tenebrosa dureza, a menudo, del fondo y la superficie, pero sólo la superficie, refulgente, con las estrías de los mapas corporales minuciosamente contorneadas y las pelusas sombreadas metódicamente, siempre teniendo en cuenta que escribir y pintar son instrumentos distintos, pero nada más que en la estricta apariencia? Acabo de dejar atrás un buen interrogante, y abro otro, en este camino donde lo que se busca no son las respuestas a ojos cerrados, sino con los ojos bien abiertos para no dejarse nada sin ver. ¿No hay un acuerdo común, armónico, en el Pentagrama de la Belleza? P soy quien habla a través de mí, o, más precisamente, de mi apariencia. Y B, por no dilatarnos en resonancias que crecerían en progresión geométrica, es él, es decir, yo , en la medida en que se expresa por medio de la lectura que hago de su cartel, de su teórica ilustración de mi frase, a la que, por otra parte, he dado una encubridora coloración paulina -sí, sería entretenido entrar en el tema: de aquel apasionado personaje que se inventó el cristianismo, según he oído contar a más de uno, eclesiásticos incluidos-. A veces, la colaboración ha sido en sentido literal, como en el caso de la cita que inicia este comentario. A veces, por confluencia dialogada en la exposición formal o en las sugerencias más o menos veladas o sobreentendidas, de tensión ideológica o comprometida. El móvil: incitar la respuesta necesaria para desatar el brío de la imaginación. Sin descartar que, en la colaboración, también interviene la inducción , que decanta hacia un lado u otro la balanza por intereses egocéntricos e incluso descaradamente gratuitos. Igualmente, la idea de uno mismo suele mover -¿deformar, por decirlo sin vergüenza?- la imagen del otro, o viceversa, poco o muy referenciadas en el espectador futuro, que puede dejarse arrastrar - convencer se diría elegante y respetuosamente- por el detalle puzleano más inesperado de la lámina o por un giro hipnotizador, clave. Un juego apasionante, a todos los niveles, desde todos los enfoques. En resumidas cuentas, colaborar es llevar la obra ajena al lenguaje propio; igual que si le diéramos la vuelta: poner el propio lenguaje al servicio no tanto de la comprensión como de la expresión en un camino de reciprocidad, con todos los condicionamientos previsibles. Comprender resulta, a veces, superfluo: sobre todo hay que remover, conmover, CONMOCIONAR. Ciñéndonos ahora a la parte analizada, la plástica, la que realmente lleva la voz -quien escribe se halla en otro lugar -, salta a la vista que, sobre la base de la estética más refinada, con un pulquérrimo detallismo de miniatura libresca, la técnica cartelística de B se ajusta afiladamente a las exigencias fundamentales, cuando lo más difícil para un artista es llegar a decidir qué es lo que no hay que hacer; o mejor: qué es lo que no vale la pena hacer. Limpio de los requerimientos o trampas publicitarios, sube los escalones de la legibilidad -con inscripciones añadidas o con el solo anuncio del hecho que lo promueve -. En las circunstancias en que hay que incitar la necesidad o la gloria del sacrificio -dicho medio en broma, no puede ser de otro modo, con valoraciones casi caducadas- por una causa, estimula iconográficamente su observancia, abre las puertas cerradas, libera una paloma prisionera -la imagen es eso: la idea -, rompe si es preciso cadenas, no obligatoriamente con el recurso a la violencia explícita, más o menos uniformada -estilo cartelismo local, en algunos casos magnífico, de la última confrontación no deportiva entre Aquí y Allá, o, si se quiere, entre una mano y otra-, sino a la claridad latente que esquiva los malentendidos, exaltando los colores hasta los límites de la lectura. Naturalmente que me estoy refiriendo al cartel comunicador, no a los anuncios del mercado consumista y ni tan siquiera a los de las propias exposiciones en salones nobles o en las galerías comerciales: luminosidad, contundencia, clamor de despertar, se deben poner al servicio del fin, entre el adoctrinamiento impactante y la persuasión, cuanto más civilizada mejor, del cerebro que lo mirará y lo descifrará. La frase desplegada en el filacterio del cartel que introduce esta reflexión, deliberadamente vistosa para provocar , como anunciaba, el alzamiento de los párpados -discúlpeseme el sermón: si para ser libre y generoso hay que pervertirse, pervertir el orden, es porque la moral establecida es pura engañifa, o dicho materialistamente, un arma de dominio, de explotación de individuos o colectividades-, fue el comienzo de las diversiones entre B y P en el terreno de la reflexión activa y de las contrastaciones técnicas incluso. En otras ocasiones, la frase ondeante pasaba a ser lapidaria , a partir de alusiones clásicas -"Primero, buscad los bosques...", "Navegar es necesario, y en la frente del piloto (y ahora lo cambio así:) el deseo...", "...la letra que se graba sobre el muro...", "...cedíamos al artificio, pero no faltábamos a la verdad...", "No hay canto desesperado que no sea, en el fondo, una canción de amor"-, o bien perfilábamos un rótulo, discutíamos la mueca más conveniente de una figura, estudiábamos el eco más oportuno para exponer mudamente un grito que el lector debía escuchar con el corazón -o el hígado, con las mollejas incluidas o no, o la parte que fuera...-. ¿La ideología de fondo? Pues ser P y B en el trabajo conjunto. Seducir, inducir. Y que conste que, en la perspectiva de estas exaltaciones, de vestimenta cursiloide -y no se me arruga el ombligo ni la punta del lápiz de decirlo y, claro está, de hacerlo: esto crea confianzas entre el redactor y su analista, o si Ud. lo prefiere así, curioso o escudriñador, cuando, más que de entender, trata de cualificar sobre todo los excesos cursivizadores, tras los cuales váyase a saber qué se esconde: ¿ensayos de crear terminologías relucientes, de destruir las segregadas por la crítica profesoral?-, no está la orquídea más sugestiva, de Juegos Florales, sino la llama aterciopelada y llevada a horizontes de agresividad patriotera, más bella aún, en su montaje de decorado teatral. La que hay detrás del cartel del inicio, precisamente. El descriptivismo multiplicador de los carteles boixianos pone el rictus más malintencionado en cada rostro. En las historias que disimulan tras una mirada sesgada o un pliegue de los labios, herencia de los tebeos manufacturados en la juventud -solo o en colaboración-, prácticamente todo el mundo sale ridiculizado! Las virtualidades del minucionismo realista: más terminología inédita. Y... Lo dejo correr...
Quizás habría sido preferible empezar hablando de los libros ilustrados -el término alcanza un sentido tan amplio que habría, y habrá, que ramearlo (consulto escrupulosamente el diccionario, harto de originalidades, ¡y resulta que ni tan siquiera puedo afirmar con propiedad que me he inventado un neologismo!)- y, luego, como consecuencias más o menos diversificadas, dependientes o independientes, de los carteles, y de las subdivisiones que, según cómo se mire, introducen las piezas sueltas: un aguafuerte, una litografía, la portada de una revista... Si la físicamente modesta pancarta de la banderola -propiamente el guión que en tiempos pasados abría las procesiones portado por un canónigo, a caballo también, pero de una mula- tiene una significación especial para mí, también la tiene una pequeña pieza con que B guarneció un texto mío incluido en un libro colectivo: Veles i vents . O, poniendo ya la historia en su lugar, cuando convergimos para afrontar un libro único en sí mismo -sin necesidades sobre todo cinematográficas, medio donde, derivando el ejemplo por otros senderos para que no nos acusen de perpetrar una crítica malévolamente partidista, siempre resulta difícil utilizar un actor que tenga una nariz a la medida de la de don Quijote de Cervantes, o, cuando menos, que el de B, que le ha retratado bastantes veces, y donde eso que llaman Producción, subvencionada total o parcialmente, siempre busca, mediante escorzos y perspectivas distorsionadas con el ratón, incrementar los efectos y convertir una pedrea infantil en una carnicería de gigantes, y, cuando convendría reunir una docena de barcos para hinchar el espectáculo, ahorrarse la mitad, y, aún más, que sean de medida adecuada para navegar por una acequia tintada de anilina-. El Tirant de B también es un libro de P: de Martorell o quien sea -Galba, según parece, sólo se dedicaba a hacer buenas inversiones, en aquella época, que le han valido una posteridad decorada- y debatido por P con B. A la vista está lo que hemos sabido hacer, contra las marejadas y las trampas. Y podido, a pesar de la adversidad : los grabados de B y el conglomerado tipográfico que los acompaña. Y que conste que soy consciente de haberlo ordenado al revés de cómo habría que hacerlo: en primer término, la literatura más o menos sublime -la creación primigenia, si se puede decir así, sin exageraciones localistas, tan necesarias en los pueblos que, prácticamente, han perdido ya los estímulos, o el amor propio, para intentarla y, si la fortuna se singularizaba en alguien tocado por el dedo de Dios, ni siquiera reconocérsela; y ya fuera del cuadrilátero, ¿lo es alguna, aquí, en cualquier parte?, ¿la hay?-; después, ya lo he dicho antes, grabados, dibujos, letrerías , distribución de blancos y masas, proporciones, corrección, criterios... Lo dejo, todo esto, en el terreno de la evidencia: si no salta a la vista, es que no vale la pena hablar de ello, o, con mayor dureza, no es necesario perder el tiempo cargándolo de adjetivos. Y si llega a la pupila, con mayor motivo, aunque la excusa más atrayente para publicar un libro sea la derivación de los comentarios: la posibilidad de hacerlo, de escribirlo, de diseñarlo, de ornamentarlo; y si se ha tenido la oportunidad germinal de portadearlo , más de agradecer será la de colofonizarlo con la alegría funeraria de liquidar una tarea con la exhibición maquillada y elegante del cadáver exquisito -sustantivo y calificativo que he sacado de algún hoyo de los subterráneos de la memoria, lo reconozco- ante el auditorio incrédulo: metáforas positivas todas ellas, a pesar de las apariencias. De dorados faraónicos, en efecto. En cuanto al trabajo calcográfico de B, baste afirmar que es, probablemente, la empresa más ambiciosa en calidad y en centímetros cuadrados de papel y de cobre de la Imprenta Valenciana -¿no se intituló así, en coincidencia con el aniversario de los quinientos años de la aparición del libro que relata los amores y los infortunios del caballero bretón y la princesa constantinopolitana, la conmemoración honorífica de la historia de la imprenta local?-. Con un valor nada despreciable, aunque para algunos eso suene como una herejía, el Tirant de B y P es una de las primeras, si no la primera pieza tipográfica de entidad, de valor exportable -algún Tirant de B, como algún Sorolla, se encuentra hoy en manos americanas-, hecha aquí, en la lengua y con un buril de aquí, por gente de aquí, en un período clave de la ciencia de Gutenberg pasando por la de Senefelder y tantos otros, poco después de que empiecen a rodar los cilindros del offset, una técnica minusvalorada por los furibundamente ortodoxos partidarios de los tipos móviles desgastados y los cajistas de técnica rudimentaria. Y al mismo tiempo que el Tirant , por ejemplo, Devastació, otro producto empujado a medias por los mismos jornaleros y con las mismas técnicas -si no más laboriosas aún: calcografía, linotipia, offset...-. O Ocells Miralls -tecleados en una máquina de escribir de la que he olvidado la marca- ... O aquella Frontissa emblemática -con una cubierta de tarjeta de visita de lujo, gracias al polvo de resina hinchado por una estufa-... ¿Libros de bibliófilo? Quizá un poco por arriba o por abajo: libros, en principio, para nuestros amigos, para aquellos que estaban dispuestos a gozar con lo que nosotros, B y P, hacíamos, y para quienes se dejaban, no convencer -¡qué pérdida de tiempo, intentarlo!-, seducir por nuestra empresa: por nuestra versión del arte, tan rigurosa como ambiciosa, expuesta en imágenes, en ideas , que no diré que fuesen Platón y Aristóteles juntos, y que se expresaban a través de herramientas diversas mitad vieux jeu mitad tentación primeriza -aún no existían, sin embargo, si es que ya existen, los artefactos a los que se les podía recitar el texto u ordenadores que aceptasen el dictado de imágenes para transformarlas en incisiones sobre metal-. El pensamiento siempre acaba convergiendo, desde un lado y el de enfrente -y permanece en cada instante en el mismo plano de estimulación : diálogo y enfrentamiento a la vez-, más aún cuando nos lanza hacia propósitos tentadores, que, de hecho, lindan con el placer físico... Pero no hace falta insistir: en estos momentos, después de casi treinta años de haberlo empezado, y a pesar de todas las dificultades presentadas o provocadas, como apuntaba, los cuatro volúmenes en folio de que consta, con sus cuarenta y ocho aguafuertes más las ocho acuarelas, se estrechan los unos contra los otros, ya, en una encuadernación que me hace gracia llamar partenoniana -qué inventiva, a estas alturas!-: cuatro columnas de mármol/pergamino sin ornamentos superfluos, elevándose hacia un frontón imaginario que, si lo aduzco, es para cometer un agradabilísimo exceso paródico: en resumidas cuentas, el texto caballeresco, las inagotables planchas de B y los residuos barridos por P se apiñan aquí en un esqueleto fríamente esquemático, sin blanduras innecesarias... Además del Tirant, que quien quiera ya lo mirará, hay otras piezas de bibliofilia , también asumidas entre B y P, ya mencionadas. Después, hay libros de terceros o bien menos ilustrados por B con medios diversos, o bien con reproducciones de obra de B comentada por otros, junto al inevitable P. Y después aún, los catálogos de exposiciones, sobre todo -y concedo todo el protagonismo al olvido interesado- con literatura más o menos utilitaria de P. El estallido final lo dejaremos para el final. Entre los libros/catálogo -quiero insistirlo, libros que aglutinan letra y figura sin ningún tipo de supeditación o referencia directa de una con respecto a la otra: de coincidencia ambiental , de respirar el mismo aire, si se me pidiera un calificativo de aproximación-, yo elegiría un par de los últimos, Alfabet y El rostre/Les meues veus contra mi mateix. Del primero, de un origen muy modesto -un número de una revista de pueblo dedicado a B, con textos literarios de P-, se hizo una tirada independiente, que se repitió por razones privadas algunos años después con la introducción de algunas variantes, y sería nuestro trabajo conjunto preferido, en todo caso, por mí, si hubiese llegado al nivel exigible de impresión en alguna de las dos tentativas; y el segundo, que tiene su origen en una exposición y que está mucho mejor impreso, está manchado - mea culpa - de algunas digamos confusiones técnico-literarias. A fin de cuentas, creo que siempre podemos hacer lo que se hace con los libros bellos: hojearlos por lo menos, o, mejor aún, sencillamente, tenerlos en las manos, entre el ojo y la tentación de abrirlos; acto seguido, entregarlos, a través de los cinco sentidos, a la imaginación, para que los recree, para que los cree . Para que, atenuando el énfasis de las fórmulas, los escenifique a la propia medida. ¿Leerlos? La mirada contemplativa puede penetrar más hondamente, a veces, en la captación del sentido de un texto -de la intencionalidad sepultada: el arma que, generalmente, se quiere mantener oculta a todo trance, para conservar intacta su perenne tentación ante el deseo del lector; en el mejor de los casos, por descontado, para el autor: un libro sin recovecos , liso o con estampas, tanto da, es una inocentada-, que la lectura atenta y especulativa. Como sucede con la poesía, por ejemplo. En la poesía, según el yo testimonial la entiende, entre la ambigüedad inicial, cuando todavía no sabemos si será champán o gaseosa, o, ésta es la cuestión, un ático veneno mortal: un sorbo más o menos sofisticado o un glorioso calvario hacia el Gólgota encendido, hacia lo más elevado, que de todo hay, incluso nada, en infinidad de versos, ¡y de prosas rutinarias y esponjadas, o como ésta, vrsátilmente adjetivada! U otro ejemplo más breve: una lectura sensorial sería la pintura; una lectura visceral, la literatura. Como la lógica sería, más que un encadenamiento de deducciones, una continuidad orgánica reflejada en sonidos que intuyen la significación del proceso. Y regreso de las nubes. La lista total de colaboraciones entre B y P es bastante larga para permitirnos olvidos negligentes, movidos no tanto por una autocrítica severa como por ahorrarnos condecoraciones con medallas de latón: hacer es correr el riesgo de no hacerlo siempre bien, o de no ser siempre bien entendido. Sin embargo, en tanto que figuras encadenadas , en tanto que criaturas mutuamente inventadas, B y P aún conservan esperanzas de llegar a hacer el mejor libro del mundo, y la hipérbole la llevan violentamente agarrada a los puños, que es -como P ha escrito en algún lugar: ¿ El punto dentro del movimiento ?- la herramienta con que se hace , con que se crea -me arriesgo al debate- la parte más sustancial y brillante: la superficie, la forma que se ve desde todas partes, hasta el mismo corazón que piensa y el cerebro que siente, el continente, la esfera que la cierra y la ofrece íntegra, a punto de estallar en el sentido que abre todas las interpretaciones, plenamente, a quienes se acercan con un mínimo de curiosidad. Y el libro, uno entre los muchos que ha ilustrado B, que podría haberlo sido, aquel mejor imposible -supongo que lo habéis visto o, cuando menos, que este entusiasmo mío os moverá las ganas de tocarlo con vuestros dedos y vuestros ojos-, es el libro para niños La serp, el riu. Sí que lo es, para niños, de la edad que sean y con exacta justeza, si alguien que supiese leer lo leyese y, más que explicarlo, lo comunicara a un niño: el destinatario real de la historia contada que resume una suma de historias reales con la palabra y la imagen, arraigadas en el pasado y abiertas hacia un futuro que los niños tendrán que hacer, cuando les llegue el turno y asuman sus responsabilidades, en el país, en perpetua incandescencia y caricaturescamente frígido al mismo tiempo, de las orillas del río. También aquí, la egregia calidad exigible de los dos pequeños volúmenes en que se reofrece fue recortada por las prisas, las incidencias, la tosquedad técnica... los presupuestos... Aunque, en estos momentos, es posible que se haya concluido un tiraje más esmerado. Como siempre se dice en estos aprietos, tal vez algún día... Mi única certeza es la duda. Y así, en formulación patético-cartesiana : un libro de Bodoni, o de Monfort -para barrer para casa-, está bien impreso, ergo ¿un libro de Bodoni, o de Monfort, está bien impreso? ¿Cuándo?
Pero todavía B ha inventado un nuevo formato de cartel/libro: el sencillo grafismo en el muro - sencillo como un fresco renacentista!-; y P ha sido lanzado al ángulo más sutilmente comprometido, obligado por el solemne instante del punto y hasta otra. Es con esta dialéctica tan sencilla como B y P han hecho no sé cuantos carteles, no sé cuantos libros, han intentado alterar el orden constituido, han rayado papeles y lienzos, también algunas credulidades ingenuas, han ofrecido, cuando ni tan siquiera se lo tragan ellos mismos, ¿belleza? ¿Qué palabra podría sustituir una palabra tan injuriada y terrorífica, tan difícil de asumir? No lo parece, pero es un cartel y un libro, conjuntamente, como ya avanzaba: la Cúpula de la Ribera. En la inscripción que la circunda, se expresa el destino de los pueblos -los pueblos en Mayúscula y los pueblos en mINÚSCULA: la dilatada geografía común en lengua e historia, y el campanario rodeado de sus casitas-, se levanta la alegría, se anuncia un futuro posible -¿imaginario?, ¿roto?- , entre la libertad y la igualdad. En el encadenamiento misterioso de las letras que cubren, que crean, la fecunda figura femenina de la peana, su pareja masculina, que con un brazo señala el suelo y con el otro la altura, puede descifrar qué es lo que verdaderamente se espera de él:

 

 
 

HOMBRE CRUCIFICADO DENTRO DE LA EXTREMA MEDIDA DEL CUADRADO Y EL CÍRCULO,
YERGO MI GESTO EN EL ESPEJO: SOY EL REFLEJO DE LO QUE HE HECHO.

 

 

 

 

Las mil medidas áureas -impresas o gráficas- de Manuel Boix. Abel Guarinos
Manuel Boix: La creatividad disciplinada. Romà de la Calle
Sello Boix: Sensaciones sobre su obra. Martí Domínguez
Rostros heridos de letra. Vicent Josep Escartí
La obra de Manuel Boix desde el balcón del siglo XXI. Manuel Muñoz Ibáñez
Apunte especulativo en busca de la seducción. Josep Palàcios
Manuel Boix, artista de la prensa gráfica. Manuel Vicent

 

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