MANUEL BOIX

 

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ALGUNOS DATOS PARA SITUAR LA PINTURA DE MANUEL BOIX

 

 

 

 

La reina de Inglaterra. Frontispicio I, Tirante el Blanco, Vol. I. 1978-1983.

 

 

 


El rey de Egipto. Frontispicio II, Tirante el Blanco, Vol. II. 1978-1983.

 

 

 

Placerdemivida. Frontispicio III, Tirante el Blanco, Vol. III. 1978-1983.

 

 

 

Carmesina. Frontispicio IV, Tirante el Blanco, Vol. IV. 1978-1983.

 

osep Palàcios

Hablar de pintura: de la pintura de Manuel Boix. Hablar de literatura: de mi literatura. Recurrir a la historia será hablar de las dos, al mismo tiempo. Tal vez hace, ha hecho o hará dentro de poco —lo más probable es que ya haya pasado la hora de las conmemoraciones— veinticinco años que comenzó, a la orilla del mar, esta historia ya histórica, que sube de la mera utilidad a un escalón, si no de gloria, de sentido, de dar sentido a un trabajo: doble, reflejado el uno en el otro, si queremos utilizar fórmulas más sofisticadas. Si bien es cierto que los precedentes podrían retrotraerse aún más —él ilustró uno de mis primeros escritos en un libro para niños, Veles i vents—, si no hubiera sido por el Tirant lo Blanc, la historia, ahora ya bajo la forma de tercera persona de la trinidad, habría sido distinta, aunque sólo fuera porque esta tentativa tipográfica se ha situado en la primera línea de la imprenta valenciana, tan divertida a la hora de asignarse calificativos de linaje y prosopopeya. De ambición, al menos, y no teníamos que ser menos nosotros. Manuel Boix habría seguido su trayectoria artística y yo habría hecho... ¡Váyase a saber! Si me lo preguntárais con buenas intenciones, os contestaría que, sí: la siesta, que, al fin y al cabo, en sus sueños torturados por la digestión, es lo que tal vez más se parece a la literatura seria. En los primeros momentos de elaboración del Tirant, mientras trabajábamos juntos y en cada momento experimentábamos los ingenuos placeres del descubrimiento y la creación, él desde su ángulo de pintor y yo desde el de medio tipógrafo, medio erudito-a-la-fuerza y, aunque me sobre una mitad, de medio literato-barrendero, surgió inesperadamente la necesidad de hacer una carpeta —como creo que se les continúa llamando ignominiosamente a estos productos de pretenciosa suntuosidad que almacenan tres o cuatro grabados, serigrafías, litografías... y unas palabras de compromiso: bien poca cosa, en definitiva, si descontamos cuatro o cinco Lligats i lacrats especiales por década—. Y entonces hicimos Devastació. Sí, aquella caja de madera con contenido enigmático que aparece, destrozada, en algunos primeros planos de los reportajes fotográficos que se hicieron sobre el episodio de las bombas contra la casa de Joan Fuster. Con Devastació, o Devastació de Ticromart —la broma, insistida, ¿o es que se puede imaginar que la originalidad no tiene límites?, de los espejos: Trama/Urdimbre, con una pequeña trampa trompeloeilesca—, Boix entraba, de hecho, a conciencia, dentro de la literatura, ¡y la tipografía!, y yo dentro de la pintura y ampliaba mi compromiso con la tipografía también. Si no me equivoco, esto ocurría antes de la aparición del primer volumen de nuestra edición del Tirant, o poco después. Desde aquel momento, el trazado tirantiano fue, si somos capaces de dejar de lado la grandeza, que también la ha tenido, y la miseria, de su crónica, una magnífica excusa para pintar, para escribir. Para hacer libros —otros libros— conjuntamente. Yo creo, y creo que él también lo cree, que, si no se hubiera dado esta casualidad, esta convergencia tan circunstancial como se quiera, ni él hubiera pintado como pinta —aunque ya entonces pintaba así de bien, y que me perdone la expansión— ni yo hubiera escrito como escribo —aunque, e introduzco una variante que no sé como calificar, yo ya tenía las mismas manías que ahora—. ¿Ha valido la pena? La primera respuesta que me viene a la punta del lápiz no guarda relación con la demanda: ¡ha pasado, terriblemente, el tiempo...! ¿Ha valido la pena? No somos nosotros, abiertos hacia cada yo, los más adecuados para juzgarlo. O sí: porque si dejáramos en manos de los otros toda la capacidad de decidirlo, entonces sí que todo habría estado falto de sentido. Sí que ha valido la pena, y dicho bien alto. Él ha hecho muchas cosas que alguna parte mía tienen, alguna huella, alguna idea que, si no se hubiera producido el encuentro, tal vez yo no habría pensado nunca. Yo he hecho algunas que lo reflejan desde ángulos doblemente personales. El cambio, el intercambio de lenguajes propiamente reflejados, puede dilatarse hasta extremos gloriosamente imprevistos, sin tocar un punto de la originalidad o la suerte —el destino— respectivas. En uno de los pocos discursos que he pronunciado en esta vida —la simple lectura de una especie de biografía compartida, en la inauguración de una muestra en una galería valenciana—, planteé el secreto de nuestro programa. En plan defensivo, tal vez. O agresivo, según como se mire. En cualquier caso, analizado desde el presente, es un epigrafiado de las dificultades con que chocará cualquiera que busque ingresar en la monacal profesionalización de artista, de la clase que sea, en una tierra de artistas como presume la nuestra de serlo: si no es para convertirlos en más tierra... Aquella frase arrogante es suficientemente modesta al mismo tiempo para ponerla al pie de esta nota, cargada ya de tantos terrores: «Los que intentamos hacerlo bien también tenemos derecho a la vida». Tanto si lo conseguimos a plena satisfacción, ante el juicio de los demás, pero sobre todo contra los miles de interrogantes con que nos atormenta la propia conciencia, como si sólo lo conseguimos a medias, dejando en manos de la posteridad, ya que hemos extendido desde el principio la pancarta de la confesión, la ardua sentenza. Y un final ornamental. En la primera y tercera ediciones —la segunda tenía otros objetivos— del libro más satisfactorio que hemos hecho juntos, desde mi punto de vista, Alfabet, encontramos este apunte: «Dentro del espacio de un libro compartido, la obra literaria se enriquecerá rapazmente de la obra plástica y la plástica de la literaria... Por un momento, en esta pirueta, el pintor se hará la ilusión de haber escrito y el escritor de haber pintado». Un trazo por el cual se puede llegar a una obra artística —palabra cortada por la mitad hacia los extremos de la proposición— en que la creación individual se articulará en resortes múltiples con la réplica de la otra creación individual para conseguir su fin: la fascinación del espectador. Colaborar, y rompo ya la ventanilla del confesionario, es una de las maneras más firmes de aprender.

 

 

 

 

El Rey de Inglaterra. Frontispicio I, Tirante el Blanco, Vol. I. 1978-1983.

 

 

 

El Emperador de Constantinopla.  Frontispicio II, Tirante el Blanco, Vol. II. 1978-1983.

 

 

 

La Viuda Reposada. Frontispicio III, Tirante el Blanco, Vol. III. 1978-1983.

 

 

 

Tirante el Blanco.  Frontispicio IV, Tirante el Blanco, Vol. IV. 1978-1983.

 







 

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