[volver a la portada de El Gesto, la Mirada]
ALGUNOS DATOS PARA SITUAR
LA PINTURA DE MANUEL BOIX
|
|
osep Palàcios
|
|
|
Literatura, en efecto. Y que conste que no llevo el agua a
mi molino, como siempre. En Acròstic (Acróstico), como ha
quedado dicho, se esboza un giro, aunque en Boix un cambio
de dirección no es nunca un gesto repentino, radical.
Debajo de la apariencia, siempre hay premoniciones anunciadoras
que ligan pruebas anteriores, nunca casuales, con la
nueva proposición. La idea de progreso no admite, en el aspecto
formal, rupturas gratuitas, desorientadoras, en las cuales
la evolución razonada podría anularse en el riesgo innecesario.
Su línea es una línea de firmeza: de acreditación y
soporte de aprendizajes. Porque, obviamente, el riesgo formal
o la especulación exaltada, las “iluminaciones” innovadoras,
pueden llevar tanto hacia los polos opuestos del acierto
o el fracaso como a la mediocre monotonía del callejón
sin salida, que es peor aún que aquella segunda probabilidad.
Un par de libros literario-pictóricos, si podemos decirlo así
—llamarlo catálogos sería un insulto tipográfico-moral, en esta
circunstancia!— marcarán nominalmente la duplicidad del
período. Una constancia, también, en Boix: la apertura hacia
los extremos desde un centro referencial, desde donde la propia
mirada analiza y redistribuye el entorno para llegar a extraer e
imponer al mismo tiempo la obra creada.
|
|
|
|
Nominalmente, decía:
será un referente de militancia en su trayectoria. El primer
libro es Frontissa (Bisagra), que en la versión pictórica se convierte
en Frontissa de fer i contrafer (Bisagra de hacer y contrahacer),
una acreditación, de hecho, en la insistencia de refinamiento,
como el poema —un “recitativo para todos los
combates”— se autoinfligía en la ambición literaria, resuelto
en una sucesión de zig-zags métricos más expositivos que con
predominio metafórico, una herramienta aquí secundaria en
la búsqueda de la imagen. Y el otro libro es Alfabet (Alfabeto) —un Alfabet que pasará a rotularse alfaBet en su aventura
editorial—. Ambas obras, y sin que quiera hacer propaganda
de ello, de quien esto suscribe, habían nacido como una exigencia
plástica: en la vía, pues, de la pintura. Como réplica o
reflejo, pese a los abismos de sentido que las separaban, como
siempre que hemos compartido el espacio de una obra: desde
la pintura, desde la literatura hacia... Cualquier término exaltado
tendría, aquí, cabida. Me contento con una fórmula muy
sencilla: hacia el libro.
|
|
|
|
Si Frontissa se acompaña de unos dibujos
a línea, impecables —cito, y es suficiente, el delicadísimo frontispicio,
con los dedos de una mano que descienden por encima
de la superficie del agua—, en Alfabet se intercalan reproducciones
de cuadros entre relatos cuyos títulos se supeditan
al orden de las letras, con una naturalidad completa, y,
aunque no se trata de un libro de lujo, el efecto tipográfico —la respuesta de un lenguaje al otro— consigue un nivel... ¿lo llamaré impresionante? Restrinjo la aplicación del adjetivo
a la parte boixiana. A pesar que, cronológicamente, sólo
ha transcurrido un año entre una serie y la otra —1986,
1987—, la intensificación literaria no es más que un reflejo
pequeño de la plástica. Muchos son los matices que tendríamos
que resaltar en la evolución. Un primer análisis nos llevará
a constatarlo, respecto a la producción inmediatamente
anterior, en los esquemas de desdramatización y, incluso, en
algunos casos, de abstracción, o de disgregación de la realidad,
enunciado novedoso que puede sustituir un término tan
diversamente manipulado como aquel. La técnica parece
simplificarse, con el punto de ironía y duda que eso suscita
cuando se aplica a Boix. ¿Se simplifica —insisto en ello—?
No, por supuesto. Se estiliza, se depura: se percibe un crecimiento
de la valorización de la pincelada. En Acròstic, de hecho, ya habíamos visto como llegaba a disgregarse, a autonomizarse,
hasta llegar a ser el tema mismo del cuadro, el trazo
que, en cualquier otro pintor, a penas llegaríamos a aislar, a
identificar, sino como pincelada digamos expresionista, o más
aún, de pincel engrosado. El color alcanza fronteras donde eso
que veíamos se transforma en ficción plástica. ¿En un intento
de sustituir la misma realidad? ¿De explicarla? ¿De ordenarla? ¿Según el ojo? ¿Según la Idea? Al mismo tiempo, una cosa
tan aparentemente secundaria como el formato de la tela se
recorta al milímetro, con precisión de medida áurea, duplica
las líneas de contención del contenido, bien sea una rama
quemada o una silueta que se diluye, en planos recortados y
sólo continuos en apariencia. El magma que se arrastra pastosamente
desde siempre, aunque sea en fragmentos provocadores,
se diluye, se electriza en líneas ajustadísimas, rígidas,
como si el efectismo precedente hubiera quedado en suspenso:
no detenido, sino, para aportar por mi cuenta una metáfora
atrevida, dentro de los cielos rotos de las aceradas probaturas
de expresividad gesualdianas, para mi gusto, o menos frívolamente,
desde el ángulo de las potencialidades emotivas que
provoca, uno de los músicos más conmovedores de la Historia,
y no sólo por la interferencia de su vida personal.
|
|
|
|
|
|
La crispación
geometrizante, dramática, de los fondos boixianos —pero no perdamos de vista que palabras como “dramática”
se proyectan encima de la vida cotidiana como también sobre
las tablas del escenario teatral— nos devuelven a su punto
de referencia indeclinable y patrióticamente obsesivo, el
setabense Ribera. Como en el Doble nu (Doble desnudo),
desollado o agrietado, como se prefiera, o según se dé preferencia
a una figura o a otra, a la vista de la materia pétrea que
aflora en la de la derecha o en la mescolanza grasienta que
curva la de la izquierda, sobre las tenues transparencias que
ascienden al primer plano desde los relatos de detrás con sus
líneas rígidamente paralelas, sin un sentido inmediato, que solamente
contribuiría a darles la lectura. Aquí y allá, los flases
de color, las pinceladas superpuestas, tapan, o abren, la imagen,
crean el cuadro hacia todos los rincones. ¿Qué cuadro
surgirá de detrás de la fachada del interrogante? Porque, de
hecho, nos encontramos ante la misma cuestión de siempre,
que nos retorna, en cierta manera, hasta la serie de las
Germanies, con aquel inmenso lienzo sin bastidor, de hecho
un sudario, que acoge el cuerpo decapitado de uno de los sublevados,
Vicent Peris, y que nos anuncia ¿un neoclasicismo, en
los múltiples sentidos que este término puede llegar a significar
aplicado, en el siglo XX, a un arte en permanente exaltación
del punto y la hora? Al fin y al cabo, aquella serie primeriza —pero ya bien planteada y con respuestas muy claras—
no dejaba de ser, a pesar de su dureza, “un reportaje cinematográfico”,
en palabras del mismo autor. Dos obras de medidas
excepcionales cierran la serie, como en aquel precedente:
el Tríptic de l’Alcúdia (El Tríptico de l’Alcúdia) y el Tríptic daurat
de Xàtiva (El Tríptico dorado de Xàtiva). El primero está constituido
por tres piezas cuadradas simétricas. Las laterales reproducen
el cuerpo humano en las dos versiones, masculina
y femenina, de cara y de espaldas, como ya habían aparecido
en el Doble Nu (Doble desnudo) citado, pero sin intervenciones
quirúrgicas de ninguna clase, sino incluso púdicamente
estilizadas, las cuales cumplen una función de enmarcado y
proyectan la mirada del espectador hacia la letra capital de
l’Alcúdia, el eje de todas las simetrías locales: todo el libro,
por lo tanto, ha sido aprovechado para recoger esta significación
eminente, entre los pequeños elementos complementarios
que se esparcen por toda la pieza. El Tríptic daurat de Xàtiva
está dispuesto, en cambio, a la vieja usanza, con una pieza cuadrada
central que abren y cierran dos pantallas. Abierto, todo
el espacio está dominado por la figura de un ángel inspirada
en un cuadro de Paolo de San Leocadio desaparecido, que
con la mano izquierda parece que para el fuego borbónico
que destruyó la ciudad y en la derecha eleva el paisaje de la
comarca de La Costera. Cerrado, los motivos iconográficos
aluden a la hora de la destrucción; una inscripción lateral, en pan
de oro, resume, sobre esta anécdota de asesinato y resurrección,
la historia de la ciudad de los Borja: Xàtiva, San Felipe —casualmente,
el nombre del heredero de la corona hispánicoborbónica
actual, como el de quien mandó destruirla, Felipe
V de Borbón—, XÀTIVA. Todo este repertorio se intercala
con una estancia del pintor, entre 1987 y 1991, en los Estados
Unidos, donde en 1988 se hizo una exposición de dos
de los Tirants de Boix, el calcográfico —ya concluido y cuyas
figuras se reproducen en dos libros publicados en inglés para
la ocasión— y la versión para jóvenes de Maria Aurèlia
Capmany, en The Spanish Institute de Nueva York. Allí ilustrará,
para una prestigiosa editorial americana, un Quixot
(Quijote) sencillamente delicioso. Serán unos años, éstos, de
rica creación gráfica: carteles, como el de la Mostra de Cinema
del Mediterrani, o el que hizo sobre el Tirant para una
frustrada exposición en el Ayuntamiento de Valencia; carátulas
para un compacto con la música del Tirant interpretada
por el Orfeón Navarro Reverter y la Capella de Ministrers;
libros “infantiles” tan impresionantes como El pardalet sabut
(El pajarito sabio) de Josep Palomero, La serp, el riu, (La serpiente, el río) con textos de quien
|
|
|
|
|
|
|
|
redacta estas líneas, y el
Tirant ya aludido de M. A. Capmany. Otros libros ilustrados
del período serán un Tirant más, en versión de F. Machirant, y
obras de Lluís Alpera —Surant enmig del naufragi final (Flotando
en medio del naufragio final), turbadoramente erótico—,
Rosanna Cantavella —Aproximation a nôtre litterature (ss.
XIII-XV)—, Cristòfor Martí Adell —La roda de la fortuna (La
rueda de la fortuna)—, Kafka —La metamorfosi—, Vicent Vallés
Borràs —Bases ideológicas...—, más Tirants —Tríptic del Tirant,
una cantata d’A. Blanquer con letra sacada del libro... Y con
pretensiones, y altura!, bibliófilas, los últimos volúmenes del
Tirant de Edicions a la Tercera Branca, Devastació de Ticromart,
Ocells Miralls (Pájaros Espejos) y El riu: tema i variacions (El río:
tema y variaciones), con la parte correspondiente de un servidor,
El collar de la coloma (El collar de la paloma) y Dues lletres
per al bolero de l’Alcúdia (Dos letras para el bolero de l’Alcúdia),
de Vicent Andrés Estellés, además de colaboraciones sueltas
en los Homenajes a Joan Fuster y a Manuel Sanchis Guarner
y en el Estatuto de Autonomía de la Comunidad Valenciana. Por
cierto, que la exposición itinerante que se montó con los
aguafuertes del Tirant y la que se hizo a partir de Deu imatges
sobre les Germanies (Diez imágenes sobre las Germanías) han
recorrido el país de arriba abajo, en centenares de pueblos.
Centenares, sí, y aún rueda la rueda. La Galería del Palau y la
Galería Theo, ambas de Valencia, y ARCO 83, en Madrid, han
sido locales que, en este período, han acogido, con alguna que
otra contrastación literaria, la obra de este pintor que no suele
prodigarse en este tipo de exhibicionismo, y pido por ello, si
alguien se siente herido, disculpas.
|
|
|
|
[volver a la portada de El Gesto, la Mirada]
|