|
bel Guarinos
El vocablo francés jouer nos habla de actuar, de representar
a un personaje, y, de rebote, en este caso concreto, nos
introduce en el mágico mundo que configuran los equilibristas
de Manuel Boix.
Con la misma facilidad con que Miquel Martí i Pol
hacía versos con las palabras, las manos de Boix juegan con
la cera y preparan series enteras de pequeñas esculturas que,
una vez fundidas en bronce, devienen divertidos personajes
cargados de conciencia y virtualidades. Dan testimonio
de ello las obras que a partir de 1993 se recogen en
las exposiciones —y en sus correspondientes libros— Els
equilibristes, El laberint i les nostres ombres en el mur y Otó
(Una terrassa perquè hi transiten, pels contorns d’Otó, uns
equilibristes), así como también en los trabajos específicos
para el cartel del Día Mundial del Teatro de 1994, que —a propuesta de los profesionales valencianos de las artes
escénicas y de la misma institución convocante— se convierte
anualmente en el trofeo de los Premios de las Artes
Escénicas de la Generalitat Valenciana (para entendernos:
los Oscar del teatro y la danza valencianos), o en el equilibrista-
lector con que la editorial Bromera distingue a los
galardonados en sus premios literarios, o en el homenet que
sale de la cabeza del homenot Joan Fuster y que ilustra el
libro Terra en la boca... y, en otra proporción, en los niños
que presiden la plaza del Ayuntamiento de Albalat de la
Ribera —en bronce y ladrillo— y en la pieza Piràmides
unides per l’àpex, en bronce y hierro oxidado. Por lo que respecta a los deshilachados cuerpos desnudos
de aproximadamente nueve centímetros de altura que
reposan tanto sobre bronce como sobre piedra o que cuelgan
de un alambre, podremos aventurarnos a pensar que
estos juegos con figuras y tentativas contra la ley de la
gravedad ya estaban desde hace muchos años en el subconsciente del escultor-pintor. Aunque —obviamente—
con otra técnica, nos viene a la mente alguno de sus dibujos
en La serp, el riu, trabajado con el escritor Josep
Palàcios, o en el niño que mantiene el equilibrio con un
monopatín sobre un pedestal en Socrate, con texto en francés
de Pierre Moessinger, o algunas posturitas del volátil
Quijote de la edición anglosajona, o el San Jorge del cartel
del II Festival de Teatro y Música Medievales de Elche,
peligrosamente colgado en la cuerda del araceli del Misterio...
Y —justamente— en el equilibrista de la cuerda en
la versión para niños que del Tirant lo Blanc hizo junto con
Maria Aurèlia Capmany.
Y por lo que respecta a las sugerentes cabezas de bronce
sobre largo y estrecho pedestal cilíndrico, el espectador
podrá —al verlos— seguir sumergido en la imaginería
boixiana anterior y, sobre todo, en el Boix más actual, radical
en la forma y comprometido en el contenido. Son
las cabezas —¡las caras!— de unos personajes cargados de
significados y de matices que el escultor-escenógrafo a
veces prefiere presentarnos enmarcados con pequeñas cortinas
de fondo y también —para incidir aún más en la
fuerza de los rasgos de cada uno— en primerísimos primeros
planos: el rostro puro y duro de un desorientado, el
grito de un inmigrante, el clamor del desencanto...
|
|